La historia de los hombres del poder está llena de ejemplos de un ejercicio tal que desborda lo racional y crea situaciones extrañas con su cubierta de incertidumbre y regresiones peligrosas. No es asunto de ideologías, prácticamente inexistentes en su caso. Trasciende la simple denominación populista. Es una condición humana, puede ser un trastorno que implique cuestiones psicológicas. Es algo que está más allá de las razones.
Quienes concentran poder en términos personalistas y con afanes de trascendencia en la historia hacen girar todo en torno suyo: hablan demasiado, opinan de todo, saben más que nadie, ordenan lo que sea, mienten, inventan datos, no informan, se creen eternos, orientan un culto a su personalidad, exageran en todo, sostienen una narrativa heroica y combinan los papeles del bueno y el malo. Nadie está a su altura, suponen. Su afán principal tiene que ver con un pedestal y su legado. Lo que eso sea.
Son casi nada de instituciones, su discurso democrático es de fachada. Se asumen como eternos. Fidel Castro dejó el poder a su hermano hasta que empezó a caerse en los actos; Chávez designó a Maduro hasta que no pudo con el cáncer; Daniel Ortega estará eternizado en el poder hasta que todavía pueda caminar. Son adictos al poder. Hacen lo que sea para no soltarlo. Esa concentración del poder se realiza en detrimento de la democracia y las libertades. Son incompatibles. El llamado amor al pueblo es, en realidad, amor a sí mismos: narcisismo. Son exagerados hasta grados lunáticos; lo que digan o hagan siempre es lo máximo del mundo. Recuerdo una de las más patéticas desproporciones de AMLO cuando dijo, iniciando el sexenio, que Cuitláhuac García era una bendición para Veracruz. De esas, muchas. Que rayan en la fantasía y hacen dudar de su carácter racional y lógico.
De todos ellos lo central es el poder, que tienden a concentrar y aumentar. Son repelentes a la transparencia y a los contrapesos. No son demócratas. Les importa más su ego desbordado y el mejor lugar en la historia. Trabajan para su popularidad. Todo está condicionado a que su nombre brille y a que reciban los vítores y la idolatría de la gente. No piensan en ciudadanos como individuos, su enfoque es a la abstracción del pueblo, como masa sin rostro. Aplican una visión individual del poder, personalista, reñida con la división de poderes y los contrapesos. Sin esas cualidades democráticas es natural que cometan todo tipo de excesos y corrupción. No buscan desarrollo, no se puede así. Lo suyo es disfrute, muchas veces como borrachera y locura, del poder. Tienen algo de iluminados, de mesiánicos. Sus decisiones son férreas. Ellos reparten dones y perdones. Nunca sueltan el poder realmente, donde pueden se reeligen hasta la muerte; donde no, están tras bambalinas.
En México tuvimos un maximato que vino del afán de Calles, de ser el jefe máximo de la revolución mexicana. Derrotado por Lázaro Cárdenas, el breve periodo de maximato derivó en una hegemonía de partido. Hay una gigantesca curiosidad por saber cómo se procesará el retiro real o supuesto de AMLO y las reacciones de la nueva mandataria. Es obvio que el talante del actual presidente es de tipo caudillista, de esos que no se retiran nunca por las buenas. Creo que todo dependerá de cuánto estire la liga y de su autocontención. Deja candados suficientes para reducir los márgenes de Claudia; piensa en un longevo ejercicio del poder a su imagen y semejanza.
De personajes con Hubris han salido los más lunáticos y sanguinarios dictadores. Es deseable que ya estemos del otro lado de la orilla y caminemos a una presidencia normal y de corte democrático.
Recadito: los baches son el resumen de un gobierno frívolo y corrupto.