/ viernes 8 de noviembre de 2024

Ciudadanos hacen la diferencia

Al final y para siempre aquí estaremos los ciudadanos. Seremos invocados y todos se justificarán con nosotros. Los menos nos llamarán sencilla y correctamente, los más nos omitirán o convertirán en pueblo, como expresión hueca pero lucidora. No somos individuos visibles sino masa anónima para discursos y poder.

Los gobiernos ejercen un poder de autoconsumo, evadiendo responsabilidades aun básicas, los legislativos se autorrepresentan y los partidos son cascarones cuyas diferencias no van más allá de su color. Vivimos dos mundos radicalmente diferentes: el de la política y el de la sociedad. Más claro que nunca. Los problemas se acumulan junto a actos solemnes y discursos irreales. La vida común camina sola, mientras el poder se regodea. Fingen no darse cuenta de los problemas, los eluden o los posponen. No cumplen responsabilidades indispensables, como la seguridad.

Es costosísimo mantener el aparato público para resultados exiguos. Salen muy caros por sus ingresos y lo que desvían. Dan malos servicios y se ausentan de lo importante. Lo suyo son las campañas y los votos. Concentran y aumentan su poder, suyo, para lucirlo y disfrutarlo, no para emplearlo en beneficio social. Son cascarón en muchos sentidos, son espejo de vanidad.

La vida común transita en otro carril, la vida de la gente sigue como si nada, poco sabe de ser sabia, estar empoderada y querer transformaciones. Más bien se le utiliza dolosamente y se le atribuyen cualidades inexistentes, más bien se manipula a su nombre. Sirve para legitimar lo que sea. No es algo nuevo u original. Es lo mismo de los fenómenos ocurridos en otros países tal como la historia lo documenta. Hay casos trágicos donde se hablaba de un hombre nuevo que terminó echado al mar en escape suicida y buscando comida en la basura. Ante la brutal evidencia se continúa hablando a su nombre y ofreciéndole un futuro luminoso en ciertos países. Es un engaño terrible que persiste en niveles demenciales. Nosotros ya lo vivimos, venimos de eso no hace mucho y vamos en silencio hacia allá, hacia algo similar.

Las estructuras políticas habitan su mundo propio, con condiciones favorables y muchos privilegios. Resuelven poco o nada, pero no les importa. Lo suyo es jugar a la representación y anular lo poco que funciona. Son expertos en crear problemas. No construyen ciudadanía, no les conviene; optan por masas fácilmente moldeables. Con dos o tres consignas asociadas a ciertas imágenes les basta para mandar. Lo suyo no es la verdad ni la inteligencia. No intentan crear ambientes de reflexión ni apelan a argumentos, no es lo que les favorece su retórica. Están inmersos en prácticas demagógicas que les facilita todo.

Lo diferente es levantar ciudadanía, esto es, gente consciente e informada, que busque datos y verdad, que cuestione y ejerza derechos. Es la clave para ser una sociedad fuerte y madura, participativa. En esa medida tendremos gobiernos mejores, responsables y profesionales. Para lograrlo es elemental guardar distancia de la demagogia, la idolatría y la condición lacayuna. Ser ciudadanos es igual a dignidad, a no ser tomado como número y masa; a exigir y ser libres. No hay razón alguna para conformarse con tan poco. No condenemos a las nuevas generaciones a tener gobernantes mediocres e inútiles. Seamos cuidadosos a la hora de definirnos: somos o no somos, hacemos algo o nos hundimos. Más allá de los colores, aun en minoría pequeños grupos de ciudadanos decididos y valientes marcan la diferencia y hacen cambios.

Recadito: con el nuevo secretario Ahued, ¿seguirán acarreando a los empleados públicos?

Al final y para siempre aquí estaremos los ciudadanos. Seremos invocados y todos se justificarán con nosotros. Los menos nos llamarán sencilla y correctamente, los más nos omitirán o convertirán en pueblo, como expresión hueca pero lucidora. No somos individuos visibles sino masa anónima para discursos y poder.

Los gobiernos ejercen un poder de autoconsumo, evadiendo responsabilidades aun básicas, los legislativos se autorrepresentan y los partidos son cascarones cuyas diferencias no van más allá de su color. Vivimos dos mundos radicalmente diferentes: el de la política y el de la sociedad. Más claro que nunca. Los problemas se acumulan junto a actos solemnes y discursos irreales. La vida común camina sola, mientras el poder se regodea. Fingen no darse cuenta de los problemas, los eluden o los posponen. No cumplen responsabilidades indispensables, como la seguridad.

Es costosísimo mantener el aparato público para resultados exiguos. Salen muy caros por sus ingresos y lo que desvían. Dan malos servicios y se ausentan de lo importante. Lo suyo son las campañas y los votos. Concentran y aumentan su poder, suyo, para lucirlo y disfrutarlo, no para emplearlo en beneficio social. Son cascarón en muchos sentidos, son espejo de vanidad.

La vida común transita en otro carril, la vida de la gente sigue como si nada, poco sabe de ser sabia, estar empoderada y querer transformaciones. Más bien se le utiliza dolosamente y se le atribuyen cualidades inexistentes, más bien se manipula a su nombre. Sirve para legitimar lo que sea. No es algo nuevo u original. Es lo mismo de los fenómenos ocurridos en otros países tal como la historia lo documenta. Hay casos trágicos donde se hablaba de un hombre nuevo que terminó echado al mar en escape suicida y buscando comida en la basura. Ante la brutal evidencia se continúa hablando a su nombre y ofreciéndole un futuro luminoso en ciertos países. Es un engaño terrible que persiste en niveles demenciales. Nosotros ya lo vivimos, venimos de eso no hace mucho y vamos en silencio hacia allá, hacia algo similar.

Las estructuras políticas habitan su mundo propio, con condiciones favorables y muchos privilegios. Resuelven poco o nada, pero no les importa. Lo suyo es jugar a la representación y anular lo poco que funciona. Son expertos en crear problemas. No construyen ciudadanía, no les conviene; optan por masas fácilmente moldeables. Con dos o tres consignas asociadas a ciertas imágenes les basta para mandar. Lo suyo no es la verdad ni la inteligencia. No intentan crear ambientes de reflexión ni apelan a argumentos, no es lo que les favorece su retórica. Están inmersos en prácticas demagógicas que les facilita todo.

Lo diferente es levantar ciudadanía, esto es, gente consciente e informada, que busque datos y verdad, que cuestione y ejerza derechos. Es la clave para ser una sociedad fuerte y madura, participativa. En esa medida tendremos gobiernos mejores, responsables y profesionales. Para lograrlo es elemental guardar distancia de la demagogia, la idolatría y la condición lacayuna. Ser ciudadanos es igual a dignidad, a no ser tomado como número y masa; a exigir y ser libres. No hay razón alguna para conformarse con tan poco. No condenemos a las nuevas generaciones a tener gobernantes mediocres e inútiles. Seamos cuidadosos a la hora de definirnos: somos o no somos, hacemos algo o nos hundimos. Más allá de los colores, aun en minoría pequeños grupos de ciudadanos decididos y valientes marcan la diferencia y hacen cambios.

Recadito: con el nuevo secretario Ahued, ¿seguirán acarreando a los empleados públicos?