Acabamos de pasar por uno de los días más negros para nuestro país, un día muy negro para nuestro Estado de derecho, y aún más negro para la justicia mexicana, y es que lo que todos vimos la semana pasada fue la antesala de la destrucción de nuestra nación.
Pudimos observar cómo los del oficialismo recurrieron a las más viejas prácticas de extorsión, chantaje, intimidación, y a los métodos más desleales e inaceptables para destruir la democracia y dejar con su voto un país completamente destruido.
Y antes que cantara el gallo, se aprobó la reforma que transgrede directamente contra la independencia del poder judicial, y no bastaron ni cuatro días y el dictamen fue votado por los plenos de 24 Congresos locales, y solo 23 aprobaron dicha reforma.
Porque para Morena y aliados es más un honor estar de lado de un presidente que de un país, es más importante no fallarle a un hombre que a 130 millones de mexicanos que creen en la justicia y la libertad.
Morena y sus cómplices saben que esa reforma vengativa no acabará con la corrupción ni mucho menos mejorará el sistema judicial, y claramente no será más eficiente, porque obedece más a una venganza que a mejorar uno de los últimos poderes que defendía a los ciudadanos.
Pero dicen los dichos populares que cuanto más oscurece es porque pronto amanecerá, y el día de la máxima traición en el Senado mexicano, los jóvenes estudiantes se convirtieron en ese rayo de luz, y fuimos testigos del valor y el coraje de ellos, que se levantaron para defender lo que quedaba de la democracia de nuestro país y se convirtieron en la esperanza de una nación.
Y sí, vendrán malos días en México, pero no todo está perdido; en efecto perdimos mucho, y con ello vendrá más represión, más acoso, porque cuando se tiene todo el poder solo se busca promover el temor y el miedo; ese es el panorama ideal de los dictadores, pero no les daremos el gusto.
Con estas acciones le dieron más poder al poder, y los mexicanos quedaron en el desamparo; se perdió en las tinieblas el Estado de Derecho; de los tres poderes que había, ya no nos queda ni uno, pero eso no indica que sea completamente la muerte de la República a 200 años de su instalación.
No olvidaremos la traición de los 86 senadores que dejaron en agonía a un país con más de 200 años de historia, democracia, patria y libertad, pero eso no es el fin de la democracia en México, porque seguiremos luchando y seremos la resistencia de esta nación.
Lo que no dejó de sorprender fue la manera de cómo todo el régimen y sus cómplices pudieron celebrar a la patria cuando ya la habían traicionado, dejando un golpe casi letal a la división de poderes, a la autonomía e independencia judicial, para dejarlas en manos de un tirano.