/ domingo 13 de octubre de 2024

El buen proceder

Nadie puede deslindarse de la observancia de un buen proceder, por muy justificado que sea su motivo, ni apoyarse en aquel dicho temerario y condenado de “puedo hacer lo que me plazca”. Haz lo que puedas y pide ayuda cuando no puedas; la vida es suave y, si te lo propones, puedes hacer lo necesario. En el ámbito espiritual se puede cuando se quiere con la colaboración de tu libertad. ¿En dónde encuentras la fuerza para observar siempre o casi siempre el buen proceder de tus actos?, incluso en medio de las dificultades más graves podrás encontrar una composición armónica y fecunda si te lo propones.

Cuando éramos pequeños e inmaduros, la buena conducta era un peso gravoso que sentíamos que oprimía, sin embargo, ahora es un peso ligero y una fuente de libertad que produce la realización y trascendencia. Hoy están las posibilidades concretas para encaminarse a obrar bien y hacer lo bueno; sería un error gravísimo pensar que no se puede. Un ideal que ha de ser adaptado consiste en guardar el equilibrio de los bienes puestos o conquistados por nosotros mismos, pues tenemos toda la posibilidad de alcanzar la realización de nuestro ser, ya que la voluntad del hombre es la potencia natural que le permite actuar libremente conforme a la naturaleza, inclinándose a lo bueno, lo bello y lo correcto que brota de nuestro interior y nos pone en acción.

En efecto, el intelecto y la voluntad son permeables entre sí e influenciables; existe una relación entre ambos siendo distintos e irreductibles. No se pueden separar, el punto central es armonizarlos y articularlos para que operen constitutivamente en la acción a la hora de proceder, dicho de otra forma más coloquial, es no pensar una cosa y hacer otra. Si quieres entender y mover el intelecto para realizar actos, tendrás que aprender a echar mano de éste y de la voluntad de forma armoniosa y ordenada, con la cadencia y acordes que ello implica.

La tesis fundamental es que el conocer siempre precede al querer; no puedo querer lo que no se conoce. La voluntad sigue y mueve al intelecto en un ir y venir. Por otra parte, la ciencia busca a la inteligencia y responde a la invitación para actuar con buen proceder y así insertarlo dinámicamente en nuestro entorno para que pueda florecer y, si se desarrolla mediante una convivencia sana, responsable, participativa y permanente, siempre será para bien. Se ha dicho hasta ahora que el proceder debe ser consciente, inteligente y con buena voluntad, para que resplandezca el bien actuar y llegue hasta su perfección.

La enseñanza del buen proceder implica la acción consciente de estas responsabilidades intelectivas, de voluntad y espiritualidad. No pretendo ser maestro, quiero hacer que dé fruto lo que por bien tú mismo puedes hacer. Cada uno conoce la importancia del buen proceder que representa el núcleo de la vida. Todo trasciende, se eleva y se queda para siempre como un legado para la humanidad.

Nadie puede deslindarse de la observancia de un buen proceder, por muy justificado que sea su motivo, ni apoyarse en aquel dicho temerario y condenado de “puedo hacer lo que me plazca”. Haz lo que puedas y pide ayuda cuando no puedas; la vida es suave y, si te lo propones, puedes hacer lo necesario. En el ámbito espiritual se puede cuando se quiere con la colaboración de tu libertad. ¿En dónde encuentras la fuerza para observar siempre o casi siempre el buen proceder de tus actos?, incluso en medio de las dificultades más graves podrás encontrar una composición armónica y fecunda si te lo propones.

Cuando éramos pequeños e inmaduros, la buena conducta era un peso gravoso que sentíamos que oprimía, sin embargo, ahora es un peso ligero y una fuente de libertad que produce la realización y trascendencia. Hoy están las posibilidades concretas para encaminarse a obrar bien y hacer lo bueno; sería un error gravísimo pensar que no se puede. Un ideal que ha de ser adaptado consiste en guardar el equilibrio de los bienes puestos o conquistados por nosotros mismos, pues tenemos toda la posibilidad de alcanzar la realización de nuestro ser, ya que la voluntad del hombre es la potencia natural que le permite actuar libremente conforme a la naturaleza, inclinándose a lo bueno, lo bello y lo correcto que brota de nuestro interior y nos pone en acción.

En efecto, el intelecto y la voluntad son permeables entre sí e influenciables; existe una relación entre ambos siendo distintos e irreductibles. No se pueden separar, el punto central es armonizarlos y articularlos para que operen constitutivamente en la acción a la hora de proceder, dicho de otra forma más coloquial, es no pensar una cosa y hacer otra. Si quieres entender y mover el intelecto para realizar actos, tendrás que aprender a echar mano de éste y de la voluntad de forma armoniosa y ordenada, con la cadencia y acordes que ello implica.

La tesis fundamental es que el conocer siempre precede al querer; no puedo querer lo que no se conoce. La voluntad sigue y mueve al intelecto en un ir y venir. Por otra parte, la ciencia busca a la inteligencia y responde a la invitación para actuar con buen proceder y así insertarlo dinámicamente en nuestro entorno para que pueda florecer y, si se desarrolla mediante una convivencia sana, responsable, participativa y permanente, siempre será para bien. Se ha dicho hasta ahora que el proceder debe ser consciente, inteligente y con buena voluntad, para que resplandezca el bien actuar y llegue hasta su perfección.

La enseñanza del buen proceder implica la acción consciente de estas responsabilidades intelectivas, de voluntad y espiritualidad. No pretendo ser maestro, quiero hacer que dé fruto lo que por bien tú mismo puedes hacer. Cada uno conoce la importancia del buen proceder que representa el núcleo de la vida. Todo trasciende, se eleva y se queda para siempre como un legado para la humanidad.

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