Hace unos días, a propósito de los resultados de la Convocatoria 2024 para el reconocimiento en el Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (SNII), se reactivó la discusión sobre las condiciones en las que se encuentran muchas mujeres para poder desarrollar, sortear y sobrevivir a la trayectoria académica que les permita realizar labores de docencia, investigación, vinculación y difusión, conseguir empleo parcial o definitivo en alguna institución de educación superior (IES) o de milagro lograr una membresía en el Sistema.
Y no se trata de que a las académicas se les prodigue un trato especial por el simple hecho de ser mujeres, sino que por el simple hecho de serlo se condiciona, obstaculiza y coacciona su desarrollo académico.
No hay nada más naturalizado en las universidades y centros de investigación que ver a las colegas como invasoras de un ámbito en donde “es evidente que no tienen capacidad intelectual” para estar en él y que su sola presencia es vista como una transgresión.
Tan naturalizado está que los ritos de paso a las recién llegadas a un claustro académico suelen están marcados por una cordial y “equitativa” invitación a ir más allá de sus fuerzas para cumplir con la carga de trabajo inhumana que se acostumbra en los ámbitos académicos de alta exigencia y especialización. Si sus pares académicos varones pueden con ese trabajo y más, ¿por qué ellas no podrían? ¿Son capaces o no?
Muchas son las mujeres que desean cristalizar el legítimo deseo de ser madres, a la par de desarrollar una vida académica a la que tienen derecho y para la que tienen capacidad. Muchas de ellas trabajan por estos sueños de vida en medio de la precariedad y la sobrevivencia cotidiana que solo les posibilita una trayectoria académica intermitente en medio de trabajos con sueldos infames que toman para sobrevivir. Algunas más cuentan con entornos distintos que las anclan a la pobreza, a los trabajos de cuidados y que las obligan a sepultar sus sueños.
He tenido alumnas de posgrado que pertenecen a pueblos originarios, brillantes, comprometidas con su formación académica. Deben de sortear el rezago brutal de sistema educativo en comunidades indígenas y a tratar de estructurar sus planteamientos de investigación y colaboración social en una lógica que trastoca la cosmovisión de sus lugares de origen.
A veces lo logran, otras más configuran planteamientos que escapan a la lógica científica predominante que subestima otros saberes y los expulsa del ámbito académico. Las más de las veces, ellas son las que no logran conseguir un tiempo completo o que no entran o permanecer en el SNII.
Bien es cierto que en los últimos años el (todavía) Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (CONAHCYT) ha procurado becas y estímulos diversos a jefas de familia o a indígenas para que continúen sus estudios de licenciatura y posgrado.
Algunas alumnas de licenciatura me han compartido que les ha sido muy complicado siquiera conseguir una computadora en buenas condiciones que les haga posible sortear las plataformas inestables para subir sus solicitudes para las becas o que no conocen las lógicas de la burocracia y de pronto descubren que ya no lograron conseguir la beca que les posibilitaría seguir sus estudios universitarios en medio de los trabajos de cuidados que prodigan a su familia.
Por otro lado, observo a las colegas que no han podido acceder a plazas de tiempo completo pero que han logrado ingresar al SNII. Sus universidades no les otorgan las mismas condiciones que a quienes tienen tiempo completo y esta distinción. No hay descargas parciales ni apoyos económicos para que tengan a una persona como becaria, por lo que deben redoblar esfuerzos y cumplir con su carga de trabajo realizando además todas las tareas que implica estar en el Sistema.
Pienso en todo esto mientras llama mi atención una publicación que circuló en redes sociales, la cual evidenciaba un análisis contundente de los resultados obtenidos en esta última convocatoria para ingreso, permanencia y promoción en el SNII.
Compartida en Facebook por el Dr. Omar Valencia Méndez, se formulaba la siguiente pregunta “¿Cuántas mujeres ingresaron o se promovieron en el SNII 2024?”. En la publicación se incluía una gráfica que evidenciaba lo siguiente:
En total se aprobaron 8 mil 750 solicitudes. De éstas, en el nivel Candidato se encontraban mil 61 mujeres y mil 159 hombres. Ahí está relativamente equilibrado el número entre unas y otros. Es en el nivel 1 donde las cosas comienzan a cambiar, pues fueron aceptadas o promovidas a ese nivel mil 686 mujeres contra dos mil 453 hombres.
La brecha se abre para el nivel 2, pues encontramos a 550 mujeres y a 947 hombres; pero para el nivel 3 la cosa se pone mejor, fueron promovidas 116 investigadoras y 258 investigadores. A su vez, de la Convocatoria para Investigadora o Investigador Nacional Emérito 2024, cuya distinción es de carácter vitalicia, se otorgó a 31 mujeres de un total de 85 personas.
La frialdad de los números siempre evidencia cosas para quienes las quieren ver. Si bien es cierto que cada vez hay más científicas reconocidas por el CONAHCYT, lo cierto es que se reconoce, en su mayoría, a mujeres privilegiadas que hemos tenido un contexto en que nuestro esfuerzo, desgaste y amor por la ciencia nos ha llevado a tener esta membresía tan importante.
Solo me pregunto cuántas científicas brillantes se han quedado en el camino, cuántas más no tienen futuro y qué estamos haciendo para cambiar esta situación.
*Coordinadora del Observatorio Universitario de Violencias contra las Mujeres. Universidad Veracruzana