Todos los días participamos de una dinámica social basada en la productividad y en el consumo. Y estos dos pilares se ramifican hacia otras formas de vincularnos con el otre y nosotres mismes.
Así, hemos venido normalizando la competitividad, exacerbación del interés propio, idealización de la escalada social, la explotación y autoexplotación laboral como signo de valía, entre muchos otros.
Pero también el capitalismo patriarcal se nos cuela en fibras más profundas: en lo que deseamos, lo que soñamos, lo que sentimos, en cómo tratamos a los demás. Cada vez es más común que las relaciones interpersonales, del tipo que sean, mantengan una lógica de uso y desecho, de cuánto es lo máximo que puedo obtener dando lo mínimo, con el consecuente descarte cuando creemos que la relación ya no (nos) da para más.
Al tratar al otre como un producto más del capital al que se tiene derecho y acceso, vamos normalizando también el trato rudo, carente de afecto; la falta de empatía, de ternura, de respeto y dignidad.
Pero, ¿qué hacer ante esa vorágine deshumanizante en la que nos desenvolvemos diariamente? No hay respuesta fácil ni única. Considero que hay caminos para la acción, y se trata de prueba y error, pero con el convencimiento de que esta realidad social tiene que cambiar. Se trata de reivindicar la ternura, el afecto, la dignidad humana.
Fernando Ulloa, médico, psicoanalista y profesor originario de Buenos Aires, indicó que “Hablar de la ternura en estos tiempos de ferocidades no es ninguna ingenuidad. Es un concepto profundamente político. Es poner el acento en la necesidad de resistir la barbarización de los lazos sociales que atraviesan nuestros mundos".
La ternura, el afecto y la dignidad como resistencia ante el sistema, ante la barbarie del mundo puede darse desde muchos frentes: aprendiendo a tratarnos a nosotres mismes con amor y comprensión; no participando de círculos sociales donde se denigre o se haga escarnio de otro o, mejor aún, cuestionar al otro por qué lo hace; llevar estos temas de reflexión a nuestros círculos de acción diaria, llámase escuela, taller, fábrica, café o al arte.
Es necesario buscar ejemplos para observarlos como quien se da valor para tirarse al río de agua helada.
Hace unas semanas, a instancias de mi hija adolescente, terminé viendo la serie de la plataforma Netflix, Heartstopper. La historia está basada en la novela gráfica del mismo nombre escrita por Alice Oseman, la cual, por cierto, como arte objeto es muy bella.
En ambos casos, tanto en la serie como en la novela, la historia gira alrededor de dos adolescentes: Charlie y Nick, y su descubrimiento al amor en todas sus dimensiones. Es decir, no sólo al amor romántico, sino al de la amistad y al filial.
La serie me llamó la atención al principio por un detalle: la sentía irreal. Entre más avanzaba por las temporadas (van tres), algo me hacía ruido y no podía identificar de qué se trataba. Como soy cinéfila de corazón, busqué la explicación en todo: sería la calidad cinematográfica del rodaje, la paleta de colores, las animaciones, el casting… no, había algo más. Finalmente di con el elemento disruptor: la serie derrocha ternura.
Ternura no en el sentido mediocre y sentimentaloide que se le ha dado para justamente quitarle valor y ningunearlo; sino en el amplio sentido de la ternura, que tiene que ver con un estado de ánimo—yo diría más bien de disposición—donde se mezcla la dulzura, el afecto, el amor para reconfortar a quien lo recibe al tiempo que reconforta a quien lo ofrece.
En la serie todes los personajes, que son adolescentes, se mueven en actitudes de afecto auténtico, de preocupación hacia el otro, hacia sus sentimientos y bienestar. Preguntan cómo te sientes, qué puedo hacer por ti; sonríen, escuchan en silencio, dan un abrazo, ofrecen disculpas, intercambian puntos de vista y llegan a acuerdos; el otre importa tanto como une misme.
Los adultos de la serie son como los de la realidad: torpes, rudos, cerrados, llenos de miedos, intolerantes, llenos de fantasmas del pasado que los hacen ser bastante carentes en sus relaciones; pero, en la serie, estos adultos, terminan siendo contagiados poco a poco, incluso diría mínimamente, pero claramente, a actuar fuera de su norma, a actuar desde la ternura.
Cada vez que concluía un capítulo, terminaba con una especie de calma bonachona, y vino entonces la reflexión: ¿es posible tratarnos con afecto?, ¿es posible la ternura? ¿el mundo creado por esta escritora e ilustradora británica podría ser posible? Y es que no somos un producto de consumo, no somos desechables. Importamos. Todes merecemos ser tratados con afecto, respeto y dignidad, ¿o usted qué opina?
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