“Esta noche, los aviones han bombardeado en tal forma, que cuatro veces empaqueté todas mis cosas. Hoy, hasta he preparado una maletita con lo estrictamente necesario en caso de huida. Mamá me ha preguntado, y con razón: ¿A dónde quieres huir?” Diario de Ana Frank
La primera vez que salí a pegar carteles exigiendo libertad para el pueblo palestino, tenía 18 años. Comencé a asistir a las manifestaciones frente a la embajada de Estados Unidos, en la Ciudad de México, a gritar consignas contra el imperialismo yanqui, contra el “estado” genocida de Israel, y a cantar y declamar poesía.
Han pasado 24 años. Aquellos jóvenes hoy somos adultos, mal que bien hemos hechos nuestras vidas, hemos estudiado, hemos viajado, hemos amado, hemos soñado y aún nos creemos con futuro y planes por delante. Pero el pueblo palestino, no. ¿Seguirán con vida aquellos palestinos que tenían 18 años como yo, hace 24 años?, ¿perecerían en algún enfrentamiento?, ¿quedarían sepultados en algún bombardeo?,¿morirían de hambre?, ¿seguirán resistiendo?, ¿tendrán hijos?, ¿sus hijos seguirán vivos?, ¿quién llora la muerte de quién?
La ocupación, desplazamiento y exterminio de Palestina no lleva 24 años, ni 30, ni 50; se remonta incluso más allá de la aprobación de la ONU para la creación del estado de Israel en 1947. El origen puede rastrearse hasta 1917, cuando Gran Bretaña, con la declaración de Balfour, se comprometió a respaldar la creación de una nación judía, y dio “permiso” a Israel de ocupar Palestina, un territorio con una amplia población originaria que ha sido obligada con violencia a irse desplazando o muriendo.
Desde hace nueve meses Israel intensificó sus agresiones y ataques, y la cifra de palestinos asesinados, solo en este periodo, superan los 38 mil, la mayoría infantes y mujeres. Son nueve meses de bombardeos, redadas, tiroteos, bloqueo para recibir alimentos o atención médica.
A este genocidio asistimos todos, todos los días. Prácticamente en tiempo real vemos los bombardeos, los ataques, los rostros de desesperación; estamos al tanto de todo, pero como si se tratase de una serie más que vemos en una de las plataformas que consumimos, un reel más, un post más, un contenido digital más que es hecho para generar millones de vistas.
Somos espectadores del sufrimiento. El exceso de información visual, a detalle, de todas las historias de sufrimiento en Gaza, no hace sino volvernos insensibles, ajenos al dolor humano. El sistema capitalista, que fomenta el individualismo a ultranza, la sobrevivencia, sea como sea, del más fuerte, nos acostumbra a que el dolor del otro no es importante, a que cada uno debe resolver sus problemas como fuere y allá Palestina si no puede contra la fuerza genocida de Israel y quienes están en la sombra.
Nos dice la filósofa y escritora Susan Sontag: “Las cámaras han transformado la historia en espectáculo. Aunque crean identificación, también la eliminan, enfrían las emociones. Crean una confusión sobre lo real que resulta moralmente analgésica”.
La indolencia es síntoma de estos tiempos de violencia y barbarie, de este neocolonialismo capitalista depredador y utilitario. De esta realidad virtual donde todos somos consumidores digitales inducidos a mirar indiferentes la violencia, el sufrimiento humano, pero también a ser testigos impávidos de la degradación y extensión del planeta en el que habitamos.
“Los ciudadanos de la modernidad, los consumidores de la violencia como espectáculo, los adeptos a la proximidad sin riesgos, han sido instruidos para ser cínicos respecto de la posibilidad de la sinceridad”, señala Sontag en su ensayo Ante el dolor de los demás (2003).
Pese al panorama, vale la pena ser conscientes de que esta sensación de no poder hacer nada ante la vorágine, también es producto del sistema dominante; vale la pena tomar consciencia de que sí tenemos una fuerza de decisión per se dado que somos quienes producimos la riqueza del capital, el motor que lo mueve todo; vale la pena tomar consciencia de que sí importa si levantamos la voz, si nos quejamos, si denunciamos, si exhibimos, y, más aún, tomar consciencia de que sí podemos transformar la forma en como nos relacionamos hacia un ejercicio social más libre, más equitativo, no violento.
Lo que pasa en Gaza existe y es atroz. Lo que pasa en Gaza debe seguir siendo señalado y repudiado. Lo que pasa en Gaza debe movernos a la exigencia de un alto al fuego. Lo que pasa en Gaza debe llevarnos al boicot, a la queja. Lo que pasa en Gaza debe tocarnos.
“La casa temblaba y las bombas no caían lejos. Me aferré a mi maletita, más para asirme a algo que para huir, pues, de cualquier modo, nosotros no podemos salir: la calle nos reserva tantos peligros como los bombardeos”, escribió Ana Frank en su diario. ¿Cuántos diarios de niños palestinos andarán entre los escombros de Gaza?
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