Vive en un fenomenal error o una profunda confusión quien crea que lo que pasa en la política mexicana es algo nuevo. Todo lo que estamos viendo ya se vivió en México y en el mundo. Desde luego con grados y diversos personajes; sin obviar el colorido de rigor.
Nuestra historia es de caudillos que simulaban ser institucionales y democráticos. Hemos tenido monarcas casi siempre, la excepción fueron los tiempos de la transición que derivó en una vuelta al pasado. Hubo partido de Estado y hegemónico, estatismo económico, presidencia imperial, partidos comparsa, culto a la personalidad, pensamiento único, escasos derechos, represión, mínima sociedad civil, etc.
Todo eso acabó por sucumbir ante la globalización y la pluralidad real de nuestra sociedad. La restauración en curso vivirá poco o será de fachada. La concentración de poder es un obstáculo para el desarrollo social y el progreso. No tiene futuro. Se trata de un autoritarismo desfasado de la marcha del mundo, destinado al fracaso. Es una pérdida de tiempo.
La historia mundial nos muestra que las sociedades logran salir hasta del totalitarismo. Esa es la experiencia del bloque soviético, la España de Franco y la Italia de Mussolini. El totalitarismo es extremo en ahogamiento de libertades; lo nuestro es de menor grado, es autoritarismo. En los regímenes totalitarios no había partidos de oposición, ni elecciones libres, tampoco libertad de expresión.
Eso lo vive Cuba actualmente. Las dictaduras comunistas y fascistas eran opresoras y se desenvolvían en burbujas, en fachadas, sin el consenso de sus sociedades. Todo era forzado y fingido. Apenas se dieron las condiciones sociales necesarias y esos gobiernos eternos y arcaicos cayeron estrepitosamente y se hicieron polvo. Sus respectivos dictadores eran “adorados” por sus “pueblos” y celebraban triunfales desfiles de masas por cualquier motivo.
Las popularidades se construyen con doctrina y propaganda. En algunos casos apenas terminaban las fastuosas celebraciones e inmediatamente la población asaltaba los palacios hasta llegar a fusilar a sus gobernantes como pasó en Rumanía. Lleva su tiempo, al final caen.
No es una especulación, son hechos vistos y verificables. El problema es que son años de sufrimientos y pobreza. Ninguna dictadura mesiánica y opresora puede ser fuente de progreso. La sociedad las tolera por ilusión y por miedo. Primero hay esperanza, después hay frustración. No hay de otra. A más poder del gobierno corresponde más debilidad de la sociedad.
El gobierno no genera economía, la administra, y casi siempre mal. El culto a la personalidad despoja de autoestima al ciudadano y lo vuelve mediocre. Se vuelve dependiente y expectante de seres providenciales. Convierten en religión y asuntos de fe lo que es humano y de hechos.
No hay forma de salir adelante sin democracia, división de poderes y Estado de derecho. Sin esos pilares de una sociedad moderna y viable viene el atraso, el abuso y la ocurrencia. Con el tiempo, ante una realidad que no pueden cambiar, suelen venir procesos de autocrítica y deslindes del grupo en el poder. Sin obviar rupturas y reacomodos. El triunfalismo, la ignorancia y la prepotencia hace que tarden un poco más en enfrentar la realidad; después serán sus propios intereses personales y de grupo los que los enfrenten.
Todo eso está en la historia de México y el mundo. Es una película ya vista muchas veces. No debe haber lugar para el pesimismo; el problema es de ellos por su ambición de poder y afán autoritario. Si no entienden, saldrán mal y manchados. Al tiempo.
Recadito: ¿Hay gobierno en Veracruz?