/ viernes 20 de septiembre de 2024

La cultura de la protección civil entre sismos y huracanes

México, por su ubicación geográfica, vive bajo la sombra constante de dos amenazas naturales: los sismos y los huracanes. Ambos fenómenos han moldeado en buena parte nuestra vida cotidiana, obligando al país a desarrollar una cultura de protección civil que, aunque ha mejorado con el tiempo, sigue enfrentando grandes retos.

Para empezar, nuestro territorio está asentado sobre cinco placas tectónicas, lo que lo convierte en uno de los países más sísmicamente activos del mundo. Eventos históricos como los terremotos de 1985 en Ciudad de México y el de 2017 en Oaxaca, Puebla, Morelos y, otra vez, la CDMX, han dejado huellas imborrables en la memoria colectiva. Estos eventos no solo provocaron la pérdida de miles de vidas, sino también un replanteamiento profundo de las estrategias de prevención y respuesta ante desastres.

Por otro lado, México cuenta con más de 11 mil kilómetros de costa, lo que lo hace vulnerable a la temporada de huracanes, que va de mayo a noviembre. Estados como nuestro Veracruz, Oaxaca, Baja California Sur y Quintana Roo son golpeados recurrentemente por tormentas tropicales y huracanes de gran magnitud, afectando gravemente la infraestructura y el bienestar de las comunidades. Eso lo vivimos año tras año.

Después del terremoto de 1985 surgió un antes y un después en la forma en que el país gestionaba las emergencias. Este evento fue un punto de inflexión que llevó a la creación del Sistema Nacional de Protección Civil en 1986, cuyo propósito es coordinar esfuerzos para mitigar el impacto de desastres y preparar a la población. Desde entonces, ha habido avances significativos.

Las simulaciones de sismos y huracanes, como el macrosimulacro del 19 de septiembre, son parte integral del calendario anual, educándonos a millones de personas sobre cómo reaccionar ante una emergencia. El sistema de alerta sísmica en ciudades como la capital ha demostrado ser una herramienta invaluable para salvar vidas, al dar un margen de tiempo para evacuar o tomar medidas de protección.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, persisten desafíos. Uno de los principales es la falta de infraestructura adecuada en zonas rurales y comunidades marginadas. En estos lugares, la cultura de protección civil no está tan arraigada como en las grandes ciudades, y la vulnerabilidad es mucho mayor. La falta de recursos, de acceso a información y la ausencia de planes de contingencia locales bien definidos agravan el riesgo, un reto al que las autoridades municipales -actuales y las que se renovarán en 2025-, le deben entrar.

Otro factor crucial es la memoria colectiva. En muchas ocasiones, tras varios años sin un desastre importante, tendemos a relajar nuestras medidas de precaución. Este fenómeno, denominado "fatiga del riesgo", puede reducir la efectividad de las acciones preventivas, como la participación en simulacros o la actualización de planes de emergencia.

La protección civil no es únicamente responsabilidad del gobierno, aunque su papel es clave en la creación de políticas, infraestructura y sistemas de alerta. Es también responsabilidad de cada uno de nosotros. La cultura de prevención debe empezar en el hogar y en las escuelas, enseñando a los más jóvenes la importancia de saber qué hacer en caso de un sismo o un huracán.

Veracruz y México han recorrido un largo camino en cuanto a la cultura de protección civil, pero la naturaleza no deja espacio para la complacencia. Debemos seguir fortaleciendo nuestros sistemas de prevención, asegurando que todas las comunidades, sin importar su tamaño o ubicación, estén preparadas para enfrentar desastres. Es una tarea continua que requiere del compromiso de todos. Solo así, en un país tan expuesto como México, podremos enfrentar con resiliencia los inevitables embates de la naturaleza. Trabajemos en equipo.

@AniluIngram

* Diputada local.

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