México ha dado un paso monumental al elegir a su primera presidenta, un hecho que es histórico por muchas razones. Sin embargo, asumir este rol en un momento de polarización política y social es un desafío que no puede ser subestimado. Ser la primera mujer en llegar a la presidencia conlleva una responsabilidad extraordinaria, pero el contexto que rodea este hito agrava aún más el reto. El país se encuentra profundamente dividido, con una fuerte tensión entre el legado del gobierno saliente y la expectativa de construir un nuevo futuro.
En este panorama, el expresidente Ernesto Zedillo Ponce de León reflexionó en una entrevista del programa Latinus sobre el futuro de Claudia Sheinbaum, planteando dos caminos para la nueva mandataria: convertirse en un símbolo de un "partido único y quizás una tiranía", o asumir el rol de líder de una "república democrática progresista". Estos escenarios no solo ilustran la encrucijada política en la que se encuentra la presidenta, sino que reflejan la profundidad del conflicto interno que enfrenta el país.
Ser la primera en ocupar un cargo siempre implica abrir brecha, pero en el caso de Sheinbaum, el desafío es doble. No solo debe demostrar su capacidad como líder en un entorno dominado por hombres, sino que también debe lidiar con una serie de crisis que amenazan con fracturar aún más a la nación. Heredar un país polarizado, donde la ideología política y los intereses económicos han generado profundas divisiones, pone en juego no solo su liderazgo, sino el destino de la democracia en México.
Este "paquete" que recibe Sheinbaum incluye lidiar con las expectativas de sus seguidores, que ven en su presidencia una oportunidad para consolidar el poder de su partido, Morena, y continuar con las políticas de la "Cuarta Transformación". Sin embargo, también deberá enfrentar la resistencia de quienes temen que su gobierno derive en un sistema de partido único, con pocos contrapesos y una tendencia autoritaria. En este contexto, el equilibrio entre continuidad y renovación será clave para su éxito.
Dos futuros posibles: uno en el que Sheinbaum se convierta en la figura que consolide un régimen de partido único, y otro en el que se posicione como una líder de una república democrática progresista. El primer escenario sería catastrófico para la ya frágil democracia mexicana, profundizando la división social y política del país.
El segundo camino, más esperanzador, la coloca como una líder capaz de unir a México bajo los principios de la democracia progresista. En este escenario, Sheinbaum tendría la oportunidad de construir un gobierno que no solo respete las instituciones democráticas, sino que también impulse reformas profundas en materia de igualdad, justicia social y sostenibilidad. Esto la posicionaría como una figura histórica no solo por ser la primera mujer en gobernar, sino por lograr lo que muchos presidentes anteriores no pudieron: sanar las fracturas sociales del país.