El 11 de octubre conmemoramos el Día Internacional de la Niña, una fecha que nos invita a reflexionar sobre la situación que viven millones de niñas en México y Veracruz, especialmente aquellas que, desde muy pequeñas, asumen roles de trabajadoras en sus propios hogares y en las calles.
En nuestro país, el trabajo infantil sigue siendo una realidad preocupante, pero hay una faceta que pasa aún más desapercibida: las niñas que trabajan cocinando en sus casas para vender en las calles, aquellas que cuidan de sus hermanos menores o que, debido a la pobreza y falta de oportunidades, se ven forzadas a abandonar la escuela.
Estas niñas no solo enfrentan la responsabilidad de contribuir al sustento familiar, sino que también cargan con los estereotipos de género que perpetúan su invisibilización. El trabajo doméstico y el cuidado, tradicionalmente asignados a las mujeres, se trasladan a las más jóvenes, quienes deben interrumpir su desarrollo integral, su educación y su derecho a vivir una infancia libre de explotación. Esta dinámica refuerza un ciclo de pobreza, violencia y desigualdad que atrapa a las familias en situaciones de vulnerabilidad.
Uno de los aspectos más alarmantes es el embarazo infantil, que priva a muchas niñas de su niñez y las empuja a la deserción escolar, condenándolas a una vida sin acceso a oportunidades de estudio ni de desarrollo profesional. Las niñas que se ven obligadas a dejar la escuela rara vez pueden aspirar a la universidad o a una formación técnica que les permita tener un futuro distinto al que les impone su realidad familiar y social.
Como diputada en el Congreso del Estado, seguiré alzando la voz para proteger los derechos de la infancia y la adolescencia, y para exigir políticas públicas que realmente se comprometan a visibilizar y erradicar estas formas de violencia estructural. Las niñas trabajadoras, especialmente aquellas que laboran en el ámbito doméstico, en el cuidado de sus hermanos o que se ven obligadas a dejar la escuela por falta de recursos o por embarazos tempranos, necesitan ser reconocidas y protegidas por el Estado.
Necesitamos avanzar en la construcción de un marco legal que sancione el trabajo infantil y, al mismo tiempo, ofrezca oportunidades reales de desarrollo y protección para estas niñas.
El cambio empieza por reconocer que la violencia que viven muchas niñas en sus hogares y en sus actividades laborales no es un problema aislado, sino un reflejo de una sociedad que aún no ha roto con los estereotipos de género ni con las estructuras de desigualdad.
En este Día Internacional de la Niña, no basta con celebrar sus logros o reconocer su potencial; es fundamental que desde las instituciones, desde el Congreso, impulsemos reformas que garanticen sus derechos y su bienestar.
Luchar como niña significa luchar por una sociedad donde cada niña tenga la oportunidad de crecer en un entorno libre de violencia, con acceso a la educación en todos los niveles, donde el trabajo infantil sea erradicado, y donde las políticas públicas reconozcan y atiendan las necesidades específicas de las niñas. Mi compromiso es seguir impulsando estas luchas desde el Congreso del Estado, porque cada niña merece un futuro donde su voz y sus derechos sean escuchados y respetados.