La conversación pública, a veces debate, en México es opaca y polarizante. Tiene mucho de patinaje tóxico; patina, da vueltas y no tiene destino claro, además promueve los odios y la manipulación.
Venimos saliendo de un periodo extremo en malas maneras y abusos por personalidad y estrategia política. Se es lo que se es. El carácter y estilo caudillista impregna todo, hasta a los opuestos, de sus mitos, estreches, abusos, delirios, ligereza y descalificaciones. Sea por forma de ser, por limitaciones o por línea política en el sentido de formar una fiel base social sustentada en creencias y consignas. Ese proceso derivó en una inútil y peligrosa polarización donde impera la ignorancia intolerante.
De ida y vuelta con mayor responsabilidad en quienes tienen el poder. Es fácil para políticos menores caer en la tentación demagógica a la hora de disponer de ciertas audiencias. Crean una narrativa épica y eluden los asuntos de fondo; de sus obligaciones ni hablemos. Conviven con imaginarias conspiraciones, otros son los responsables y apelan al pueblo en abstracto. Su discurso es básico y simple. No suben el nivel, no manejan conceptos y sus dichos carecen de imaginación y riqueza verbal. Estamos ante una clase política, sobre todo a nivel local, bastante rústica.
Lo que viene en todos los ámbitos, ya en curso a nivel presidencial, es una incógnita en varios sentidos. Ni la presidenta ni la gobernadora parecen tener problemas narcisistas y megalómanos; no se avisaran gobiernos personalistas o de tipo caudillista. Tampoco se les ve una personalidad rijosa. Podrían hacer gobiernos sensatos y abiertos, con diálogo y unidad. Lo pueden hacer, tienen las condiciones, habrá que saber si es que lo quieren hacer. Ya lograron una concentración extraordinaria de poder, por tanto no es prioridad seguir en conflicto con todos. Deben abandonar las descalificaciones y el chiste fácil. Por salud pública tienen que alejarse de lo tóxico que es estarse peleando con todo mundo.
En sus propias filas tienen que ser más exigentes con la educación, la cultura y un buen nivel intelectual. Que no sea lo primitivo, el odio y la demagogia lo que se premie en la promoción interna del partido oficial. Ha sido muy desagradable ser testigos de lo corriente y mal educados tanto de los dirigentes partidistas como de muchos gobernantes; de malos chistes y ofensas a sus críticos. En varios sentidos han tenido un comportamiento autoritario y semi dictatorial. No han sido ejemplo democrático. Su tiempo se ha ido en el culto personal, en nivel mayor, y en frivolidad si hablamos de lo local.
Le tenemos que dar un respiro a Veracruz y a México. Un respiro de inteligencia, diálogo y tolerancia. La clase política gobernante y las oposiciones deben escalar en sentido positivo, ser ejemplo para la sociedad. No hay cambio posible sin respeto al otro, al rejuego de mayorías y minorías, a la educación básica en la convivencia plural y en las aproximaciones mínimas en una ruta común. La clase política no representa realmente a todos los mexicanos, apenas a una minoría. De ahí que su fuerza sea relativa y no siempre será capaz de aplicar las leyes y ganar elecciones sin resistencia.
El mundo político sigue siendo lejano al común de la gente, por mucho que se hagan concentraciones de escenografía y consultas patito. Ganar no es sinónimo de convencer y ser respetado. De ahí sigue la legitimidad. No vale aplastar con atajos despóticos; a la larga eso no sirve.
Pensemos que vienen tiempos de paz y que estirparemos el odio de nuestra vida pública.
Recadito: todo sigue igual en materia de policías y tránsitos.