La cadena de eventos desatada por el arresto de Ismael “Mayo” Zambada, por parte del gobierno de Estados Unidos, ha desembocado en una crisis ante la patente desconfianza de la Casa Blanca hacia el agonizante gobierno López Obrador. El problema ha estallado también en las manos de la inminente presidenta Claudia Sheinbaum y de Omar García Harfuch, su próximo secretario de Seguridad federal.
El escenario inmediato es que la administración estadounidense, sea quien sea quien la comande a partir de la elección de noviembre, exigirá a Sheinbaum y a su equipo pruebas sólidas de mayor compromiso para controlar a las mafias criminales, un creciente peligro para la seguridad nacional en ambas naciones.
Este compromiso debería incluir someter al visto bueno de las áreas de justicia e inteligencia de la vecina nación sobre nombramientos sensibles en el próximo gobierno, incluyendo a los aún no designados secretarios de la Defensa, de Marina y al equipo de principales colaboradores de García Harfuch.
Por lo que toca al frente diplomático, fuentes de la cancillería mexicana revelaron a este espacio que el embajador en Washington, Esteban Moctezuma, ha recibido ya órdenes apremiantes de enviar de regreso a México a una decena de funcionarios que él impulsó en áreas claves de la legación. Contra lo que se tenía previsto, el retorno del propio funcionario podría ocurrir antes de la elección de noviembre. Parece inminente el desembarco de un nuevo equipo de operadores, bajo el liderazgo de un titular hasta ahora no conocido. A quien sea, se le exigirán garantías de tener acceso privilegiado con la doctora Sheinbaum para tener un canal confiable y eficaz entre la Casa Blanca y Palacio.
Debe asumirse que, como en todas las etapas complejas de la agenda binacional, el próximo responsable de la embajada no mantendrá subordinación hacia el nuevo secretario de Relaciones Exteriores, Juan Ramón de la Fuente.
Todo ello debe ser considerado apenas un primer efecto de la herencia maldita del gobierno López Obrador, quien pareció obstinarse en enviar mensajes de entendimiento con el llamado Cártel de Sinaloa, en las manos de Zambada García, en especial tras el encarcelamiento en Estados Unidos de Joaquín “Chapo” Guzmán. La interpretación de expertos en seguridad e inteligencia ha sido que el secuestro de “El Mayo” y la virtual liberación de Ovidio Guzmán, heredero del clan familiar, reventó la interlocución que el gobierno AMLO habría sostenido con el legendario mafioso y provocará un cambio de juego, según sea definido por Washington.
Esta crisis impactará en los planes que Omar García Harfuch ha venido diseñando al arribar al puesto, de suyo bajo condiciones adversas desde que se le escapó de las manos la posibilidad de tener bajo su control a la Guardia Nacional, antes de que el propio presidente López Obrador y el saliente secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval endurecieran la pierna para que mediante un cambio constitucional, en proceso, se obligara a esa corporación a estar encuadrada en las fuerzas armadas como un cuerpo más, junto al Ejército, Marina y la Fuerza Aérea.
El pasado día 7, García Harfuch se reunió por vez primera durante el sexenio con un López Obrador que buscó frenar su llegada al equipo Sheinbaum en la ciudad de México y lo vetó como candidato a la jefatura de Gobierno, pero no pudo evitar su designación como próximo titular de Seguridad. Ese encuentro difícilmente habrá sido cordial.
Como inminente responsable de la seguridad federal, García Harfuch tendrá que volver a revisar lo que se consideraba una inminente decisión de convocar a trabajar con él a sus principales operadores en la capital del país, para confiarles áreas tan delicadas como el centro de inteligencia.
Todo queda en el aire. Todo resultará más complicado. Cambio de juego, baraja nueva.