Con la toma de protesta de Claudia Sheinbaum como presidenta de México, el país celebra la llegada de su primera mujer a la más alta magistratura. Este hecho no solo marca un avance en la historia política del país, sino que también evoca una poderosa promesa: “Si llega una, llegamos todas”. Con esta frase, Sheinbaum reafirma su compromiso con las mujeres de México, destacando que su ascenso no es un logro aislado, sino un símbolo de lucha colectiva por la igualdad.
Sheinbaum ha sido enfática al señalar que su gobierno no tolerará la discriminación ni la misoginia, reiterando que la inclusión de las mujeres en todos los ámbitos de la vida pública es no solo necesaria, sino fundamental. Sin embargo, construir esa visión a nivel local presenta grandes resistencias, especialmente en congresos como el de Veracruz, donde importantes reformas de género aún están pendientes de aprobación.
Lo paradójico de estas resistencias es que, incongruentemente, provienen del oficialismo, que por un lado impulsa el discurso de empoderar a la mujer a través de la figura de la presidenta, pero en la práctica no permite que avancen ni se consoliden los derechos más fundamentales de las mujeres veracruzanas a través de estas iniciativas. Esta contradicción pone en evidencia la brecha entre el discurso político y la realidad legislativa, donde a pesar de los avances normativos, las resistencias estructurales frenan el progreso efectivo de los derechos de las mujeres.
Este es el gran dilema que enfrentamos: garantizar que ninguna mujer se quede atrás en la lucha por sus derechos, especialmente aquellas que, desde posturas críticas y opositoras, se enfrentan a un sistema que aún les pone trabas. La resistencia a las reformas de género es, en muchos casos, una resistencia a las mujeres que, desde la política y la sociedad civil, cuestionan las estructuras de poder y luchan por un país más igualitario.
En Veracruz, por ejemplo, la paridad numérica en el Congreso no ha sido suficiente para lograr la aprobación de reformas clave para la protección y participación de las mujeres. A pesar de los avances normativos a nivel federal, las resistencias locales se manifiestan en omisiones y demoras que retrasan el verdadero cambio. Esta situación evidencia que, aunque hay una mayor presencia femenina en espacios de poder, la paridad sustantiva sigue siendo una meta distante.
El liderazgo de mujeres desde la oposición representa un desafío aún mayor, ya que enfrentan no solo la misoginia y el machismo, sino también la falta de voluntad política de ciertos sectores que temen el avance de una agenda de género progresista. La lucha por la igualdad requiere un esfuerzo concertado en todos los niveles de gobierno y, sobre todo, un compromiso para no dejar a ninguna mujer atrás, sin importar su posición política.
La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia es, sin duda, un triunfo histórico. Sin embargo, también nos recuerda que la lucha por la igualdad de género debe ser constante y profunda, no solo a nivel simbólico, sino también estructural. Las resistencias en los congresos locales, como en Veracruz, demuestran que el camino hacia la igualdad es aún largo y tortuoso. Pero el mensaje es claro: no aceptaremos discriminación ni misoginia, y la visión de un México más igualitario solo se construirá si garantizamos que todas las mujeres, sin importar su trinchera, tengan la oportunidad de avanzar. “Si llega una, llegamos todas” será una realidad cuando ninguna se quede atrás, especialmente aquellas que construyen desde la oposición y luchan por transformar el país desde sus propias convicciones.