/ viernes 1 de noviembre de 2024

¿Somos dualidades?

Una de las constantes en las novelas de Haruki Murakami es la dualidad de los personajes; siempre parece haber un lado oculto, una sombra, algo que no queda del todo dicho.

En su novela Los años de peregrinación del chico sin color, el personaje principal no solo da muestras de esta opacidad, sino que incluso se adivina que ese lado en la sombra viene con una carga de tristeza y desasosiego, incluso culpa. Parece no conectar realmente con nadie, hasta que llega esa persona que, aunque aparentemente opuestos, él es serio y reservado y ella alegre y resuelta, logran encontrarse.

“Los corazones humanos no se unen sólo mediante la armonía. Se unen, más bien, herida a herida. Dolor con dolor. Fragilidad con fragilidad”, dice Murakami en esa novela.

Dolor con dolor… ¿Cómo se reconocen las personas cuando una misma parece no hacerlo?, ¿cómo sabemos que nuestra dualidad es justa la medida de otra dualidad?

En la serie El Pingüino (de Lauren LeFranc en HBO), se nos muestra a un Oswald Cobb atormentado por sus sombras, en una incesante y extenuante carrera por demostrar que es más de lo que le han dicho que es, de lo que la realidad le ha dicho que puede ser. En él la dualidad de un carácter bondadoso y violento se pelean a muerte; a veces aflora uno, y la mayoría del tiempo, el otro.

También en la serie hay otros personajes, Sofía Falconi y Víctor Aguilar, con esa misma lucha, con el mismo peso de una sombra con fuerza y vida propia, y que, pese a ello, encuentran esa otra ¿alma? que los mira sin parpadear y los acepta en toda su locura, en toda su violencia, en todos sus fallos, en toda su podredumbre.

Podríamos pensar entonces: ¿qué decisiones nos definen?, ¿qué acto desata la bola de nieve que nos pisa los talones para engullirnos?, ¿qué impulso nos lleva a seguir o parar?, ¿cómo llegamos a unirnos a otras personas?, ¿realmente somos nosotros, conscientes, los que elegimos nuestras compañías íntimas (por favor no se limite el término a lo romántico) o es nuestra sombra, nuestra dualidad, la que elige?

“Cuanto más reflexionaba sobre los límites entre la consciencia y la inconsciencia, menos se entendía a sí mismo”, señala Murakami; ¿falta entendernos para que el otre nos entienda?

El taoísmo ya lo explicó mediante el taijitu: el yin, el yang y el principio generador de todas las cosas. Existe la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, el frío y el calor… ¿Qué tanto yin y yang late en nuestro interior?

Más allá del plano mágico-espiritual, considero que ese yin y yang se nos va formando al paso de los años, desde la primera infancia. Somos las condiciones de vida que nos tocó vivir: el núcleo familiar, la solvencia o carencia económica, el país, el contexto histórico, si fuimos o no amados, incluso hay quien dice que quienes somos es una larga herencia de quienes fueron nuestras abuelas y bisabuelas…

Somos la suma, resta y saldos constantes; no podemos explicarnos, ni a nadie más, de una vez y para siempre; nuestro yin y yang, nuestra dualidad, nuestros fantasmas, eso que somos, se va transformando a lo largo de nuestra vida, para bien o para mal. Y, sin embargo, hay algo perene que nos determina, hay una esencia que no cambia, como si muy en el fondo fuéramos un faro de luz que solo puede ver otro exacto faro de luz. ¿O usted qué opina?

csanchez@diariodexalapa.com.mx

Una de las constantes en las novelas de Haruki Murakami es la dualidad de los personajes; siempre parece haber un lado oculto, una sombra, algo que no queda del todo dicho.

En su novela Los años de peregrinación del chico sin color, el personaje principal no solo da muestras de esta opacidad, sino que incluso se adivina que ese lado en la sombra viene con una carga de tristeza y desasosiego, incluso culpa. Parece no conectar realmente con nadie, hasta que llega esa persona que, aunque aparentemente opuestos, él es serio y reservado y ella alegre y resuelta, logran encontrarse.

“Los corazones humanos no se unen sólo mediante la armonía. Se unen, más bien, herida a herida. Dolor con dolor. Fragilidad con fragilidad”, dice Murakami en esa novela.

Dolor con dolor… ¿Cómo se reconocen las personas cuando una misma parece no hacerlo?, ¿cómo sabemos que nuestra dualidad es justa la medida de otra dualidad?

En la serie El Pingüino (de Lauren LeFranc en HBO), se nos muestra a un Oswald Cobb atormentado por sus sombras, en una incesante y extenuante carrera por demostrar que es más de lo que le han dicho que es, de lo que la realidad le ha dicho que puede ser. En él la dualidad de un carácter bondadoso y violento se pelean a muerte; a veces aflora uno, y la mayoría del tiempo, el otro.

También en la serie hay otros personajes, Sofía Falconi y Víctor Aguilar, con esa misma lucha, con el mismo peso de una sombra con fuerza y vida propia, y que, pese a ello, encuentran esa otra ¿alma? que los mira sin parpadear y los acepta en toda su locura, en toda su violencia, en todos sus fallos, en toda su podredumbre.

Podríamos pensar entonces: ¿qué decisiones nos definen?, ¿qué acto desata la bola de nieve que nos pisa los talones para engullirnos?, ¿qué impulso nos lleva a seguir o parar?, ¿cómo llegamos a unirnos a otras personas?, ¿realmente somos nosotros, conscientes, los que elegimos nuestras compañías íntimas (por favor no se limite el término a lo romántico) o es nuestra sombra, nuestra dualidad, la que elige?

“Cuanto más reflexionaba sobre los límites entre la consciencia y la inconsciencia, menos se entendía a sí mismo”, señala Murakami; ¿falta entendernos para que el otre nos entienda?

El taoísmo ya lo explicó mediante el taijitu: el yin, el yang y el principio generador de todas las cosas. Existe la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, el frío y el calor… ¿Qué tanto yin y yang late en nuestro interior?

Más allá del plano mágico-espiritual, considero que ese yin y yang se nos va formando al paso de los años, desde la primera infancia. Somos las condiciones de vida que nos tocó vivir: el núcleo familiar, la solvencia o carencia económica, el país, el contexto histórico, si fuimos o no amados, incluso hay quien dice que quienes somos es una larga herencia de quienes fueron nuestras abuelas y bisabuelas…

Somos la suma, resta y saldos constantes; no podemos explicarnos, ni a nadie más, de una vez y para siempre; nuestro yin y yang, nuestra dualidad, nuestros fantasmas, eso que somos, se va transformando a lo largo de nuestra vida, para bien o para mal. Y, sin embargo, hay algo perene que nos determina, hay una esencia que no cambia, como si muy en el fondo fuéramos un faro de luz que solo puede ver otro exacto faro de luz. ¿O usted qué opina?

csanchez@diariodexalapa.com.mx