La buena vida / Culto al fuego primer sistema religioso ecológico

La historia de la humanidad registra un constante surgir y desaparecer de maravillosos seres iluminados

Rosa María Campos

  · martes 9 de octubre de 2018

Foto: Cortesía

Zoroastro o Zurthust, Zarathustra —fundador de “Culto al sol”— pedía a sus seguidores conservar la tierra, el agua y la atmósfera puras, así como su alma, mente y corazón. Inclinarse ante lo puro, luchar espiritualmente por lo puro, exaltar, predicar la pureza, ser veraces, castos, hospitalarios, honrados, compasivos y caritativos. Este primer sistema ecológico que como ninguna otra creencia arcaica une la ciencia con el misticismo religioso, es conocido con diversos nombres: Zoroastrianismo, Mazdeísmo, Parsismo o “Culto al Fuego”. Aristóteles le asignó una fecha de 6,000 años antes de los días de Platón. Otros historiadores, investigadores y compiladores la sitúan en Caldea, Siria y Fenecía, en épocas más antiguas hasta de 26,000 años, antes de Jesucristo.

Los postulados: venerar, respetar, temer a las fuerzas naturales, adorar a un ser supremo y único, del cual provienen los demás dioses. Entre los legados de esta religión está el Zohar, libro del espíritu que gobierna el sol y la Kábala, libro de las fuerzas gobernantes. Del profeta fundador más conocido como Zarathustra, se cuenta que antes de ser aceptado por Vahumano, su maestro, renunció a sus pertenencias materiales y pasó diez años meditando en lo alto de una montaña, para entender la pureza de la meditación. De su aportación al mundo quedó El Zend-Avesta, un tratado conformado por iluminadores diálogos entre el profeta y Ahura Mazda, el Divino Espíritu.

El Zoroastrianismo ante la muerte

En esta religión es tradición y obligación colocar a los cadáveres en las torres del silencio. Torres muy altas que se construyen en todo Medio Oriente e India. Las torres se ubican fuera de la ciudad, en lo alto de una montaña o colina. Ahí las aves de rapiña, los rayos del sol y el agua se encargan de asear los restos mortales. Parientes y amigos proveen de lo necesario a los deudos más cercanos del difunto y organizan una fiesta en su honor, porque el difunto ha liberado su alma de las transitorias limitaciones de la materia.

Para los devotos de esta religión la muerte, la quimera que los vivos temen, es el más normal, necesario, constructivo y benéfico acontecimiento de la vida, en el sublime y glorioso camino de la superación interna y de la espiritualidad inmortal. La llamada muerte es baño de fuego, que separa de su aleación al metal puro. “La muerte es la disolución necesaria de las formaciones imperfectas; es la reabsorción de los esbozos de vida particular, en el gran trabajo de la vida universal. No es inmortal más que lo perfecto(Eliphas Levi).

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