Hay gente que se la pasa quejándose por todo. Si comen lo mismo de ayer, rezongan. Nunca están satisfechos con lo que tienen, y esperan alcanzar la felicidad cuando ganen suficiente dinero, compren una suntuosa casa, un flamante carro, se casen y lleguen los hijos, y se dediquen a viajar. Luego se dan cuenta que están convertidos en esclavos, que la vida se les ha escapado, y cuando quieren empezar a disfrutar, ya es demasiado tarde. O están enfermos y viejos, siendo imposible que empiecen a disfrutar todo lo atesorado, siendo otros quienes en un santiamén despilfarren lo que nada les costó.
Acumulamos como si fuéramos eternos
Nos la pasamos acumulando como si cuando nos morimos, se fuera esa fortuna con nosotros. No es que no se vaya a luchar por tener bienes y vivir bien. Se viene a la vida a disfrutarla de la mejor manera posible, y como vivimos en un mundo material, se necesitan las cosas materiales, porque las penas con pan son más llevaderas. Cada quien ve las cosas desde su perspectiva, y lo que para muchos es insignificante, para otros es un tesoro inigualable. Estaba un rico sentado cómodamente en el corredor de su casa, y ve pasar un pobre hombre, cargando un costal de piedras, sudando a más no poder. El rico exclama para sí mismo: “Dios, te doy gracias porque no soy pobre y llevo una vida placentera. El pobre se encuentra en su camino a un demente y piensa: “Señor, te doy gracias porque estoy bien de mis facultades, y no paso las penurias de este pobre demente. Pasó una ambulancia llevando un enfermo, y el loco se dijo: “Gracias Dios mío porque tengo salud”. Al llegar al hospital, el enfermo vio pasar una camilla con un difunto y dijo: “Gracias Señor porque todavía estoy vivo”. Sólo el muerto no pudo dar las gracias por nada. No esperemos estar muertos, porque de nada servirá si damos o no las gracias por lo que nos pasó.