La vida da muchas vueltas y en una de esas podemos encontrarnos algo, que sin buscarlo, lo hemos ganado. Podría ser un premio en base a una buena acción o el pago por un mal hecho de no haber medido consecuencias.
La ley de los hombres es moldeable y los poderosos la manipulan. La ley de la vida (Dios) no se apresura en hacer justicia porque les da oportunidades a los infractores para lavar sus culpas.
Pero el ser humano finge demencia creyendo que el tiempo todo lo lava y cuando tiene que pagar ya es tarde para demostrar arrepentimiento. No nos preocupemos si los demás no valoran nuestras acciones, la vida se encargará de poner las cosas en su lugar y en el preciso momento.
Cierto día un granjero en su faena campestre escuchó un débil quejido. De inmediato ubicó el lugar y sacó del pantano a un muchacho con horas de estar ahí atrapado.
Al día siguiente se presentó en casa del granjero un lujoso carruaje. Era el padre del muchacho ofreciéndole una jugosa recompensa.
El salvador de su vástago declinó la oferta ante la presencia de su hijo. Entonces el potentado le dijo: “Vamos a hacer un trato, déjeme pagarle los estudios a su hijo. Asistirá a los mejores colegios junto con el mío”.
El labriego aceptó. Con los años el hijo del granjero se graduó en la Escuela Médica St. Mary´s Hospital, de Londres. El mundo lo conocería como el doctor Alexander Fleming, descubridor de la penicilina.
Año después el hijo del noble enfermó de neumonía y lo que lo salvó fue la penicilina. El noble se llamó Sir Randolf Churchill, y el de su hijo Sir Winston Churchill. Todos llegamos a este mundo a cumplir una misión.
Algunas veces aparece en nuestro camino un ángel impulsándonos a alcanzar metas inimaginables. Luego debemos pagar con la misma moneda ayudando a personas a que superen problemas y alcancen sus metas.