En la mente del ser humano, la religión ha metido que debe tenerse mucho cuidado con Satanás, porque resulta ser una energía que no es confiable, y a base de engaño es como atrae al infierno las almas de aquellos, que quieren las cosas fáciles, sin poner de su parte. El hombre es el campeón de la flojera; se hace creer que, pagando al comprar indulgencias, con eso tiene garantizada la entrada al cielo. Y más cuando la ambición de los curas les vende esa idea.
De acuerdo al tamaño del pecado, es el monto de dinero del que se deshace para comprar la gloria eterna, echándole la culpa de todo al diablo, quien no hace nada porque eso es parte de su plan, al dejar que la avaricia del clérigo, haga su parte, para recibir almas. Cuenta una leyenda urbana, que un día el diablo optó por retirarse del negocio, y darse unas vacaciones permanentes.
Con bombos y platillos anunció una venta de garaje, donde estarían en oferta los utensilios que utilizaba para lograr sus objetivos. Llegado el día anunciado, se hizo presente lo más selecto de la mezquindad. Había llegado la avaricia y el engaño, con fuertes sumas de dinero, pues querían adquirir lo más selecto de lo anunciado en la venta. Por otro lado, estaban también los celos, envidia, codicia, lujuria, pereza y gula. Nadie quería quedarse atrás, pues pensaban que podían suplir al demonio una vez que se retirara del negocio.
Pero había dos herramientas que su precio era muy alto, y ni juntando el dinero de todos, alcanzaban a comprarla. Se veían muy desgastadas y cuando preguntaron el porqué de ese precio, Satán les respondió con una sonrisa maliciosa: “Han de saber que son las herramientas que más uso, y el resultado está garantizado, son la inseguridad y la desesperanza. Lo único que hago es sembrarlas en el corazón de la gente, y pronto pierden el ánimo, la fe, se vuelven apáticos y es cuando buscan el camino más fácil, que es el que yo les ofrezco”.