Respuesta difícil que nos ponemos los seres humanos cuando se trata de encontrar una que satisfaga nuestra necesidad. Cada quien encontrará lo que busca, de acuerdo a su entender y grado de espiritualidad que posea.
Algunos quedan satisfechos con lo que aparentemente es pequeño, otros jamás encontrarán lo que buscan por darle tantas vueltas al asunto y querer acomodarlo de acuerdo a su caprichosa forma de pensar. En la Biblia se menciona que, en cierta ocasión, un grupo de infantes se acercaron a Jesús de Nazaret, y los apóstoles empezaron a hacerlos a un lado. El maestro divino les recrimina diciéndoles dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos es el reino de los cielos. Esta parábola está más clara que una gota de agua. Hay que tener una mentalidad pura como los infantes para poder ver, sentir y comprender lo que lleva en su alma un niño; el adulto, lleno de todas las cosas que ha saturado su mente –que llama “experiencia”— no es capaz de entender porque siempre antepone sus propios intereses. Cierto día un niño siente la necesidad de conocer a Dios. En su pequeña mochila empaca galletas y bebidas porque cree que será un largo viaje. Después de mucho caminar llega a un parque y siente la necesidad de tomar un descanso. Observa que en una banca está una anciana y le pide permiso para hacerle compañía. Abre su mochila y empieza a comer galletas y tomar refresco. Nota que la decana lo observa; él le ofrece lo que está comiendo. Ella acepta y le regala la mejor de sus sonrisas. Pasado un tiempo, el pequeño regresa a casa y su madre al verlo contento le pregunta el motivo de su felicidad. “He conocido a Dios y tiene la sonrisa más hermosa que he visto. Por otro lado, también la ancianita regresa a casa y su hijo al verla tan feliz, le pregunta la causa: “He conocido a Dios, y no sabía que era tan joven”. Dios es tan sencillo, que sólo los que poseen nobleza en su corazón, lo encontrarán en las cosas que muchos adultos pasan desapercibidas.