Desde el nacimiento se hace una inversión en el nosocomio donde se nace, el pago de los servicios de los médicos, ropa para el bebé. Cuando se muere es algo similar. El muerto no espera y hay que cubrir los gastos del sepelio, y además sus deudas… si las dejó. Pero mientras nos encontremos en el escenario de la vida, hay que disfrutarla al máximo porque sólo se vive una vez. De nada vale que nos estemos quejando o haciéndonos la vida difícil.
Todo obedece a una lección que nos pone la universidad de la vida. Si se pasa el examen, vendrá otro que otorgará satisfacciones, pero si no, nos quedamos estancados, y hay que volver a repetir la lección hasta aprobarla. Sólo la experiencia es la única que nos ayuda a sortear los conflictos que se vayan presentando y ésta nos la otorga los años vividos.
El joven cae constantemente en tropiezos porque apenas está empezando a dar los primeros pasos. Con los años ya no caerá fácilmente porque ha vivido un cúmulo de experiencias que le ayudan a solventar eventualidades.
Es durante las peores tempestades cuando se aprecian los verdaderos sentimientos de quienes nos rodean. A los amigos se les conoce en la cama y en la cárcel. Los que no lo son, abandonan el barco.