Venimos a este mundo a cumplir una misión y muchos no saben por dónde empezar. Creen que venir al mundo es para vivir como robot, dejándose manipular por las circunstancias que nos aquejan, y la infinidad de bufones son los encargados de dictar las leyes, para que los zombis sigan las reglas del juego determinadas por ellos. Así son los gobiernos del mundo. Quieren tener bajo su dominio marionetas que vivan lo que ellos designen. Pero el hombre es un libre pensador y se sacude el lastre para en realidad vivir una vida con calidad y no ser un títere de esos parásitos que sólo les interesa engrosar sus bolsillos.
Se llega a una etapa de la vida, en la que, gracias a la madurez ya no ambicionamos cursilerías, porque comprendemos que la misma hora la da un reloj costoso y uno sencillo. Que muchas veces se disfruta más viajando en segunda clase, porque ya lo hicimos muchas veces en primera clase. La madurez y la reflexión nos hacen comprender que el valor de las cosas radica en la familia y en los verdaderos amigos. Aquellos que quizá no estén siempre a nuestro lado pero se hacen presentes cuando más se les necesita. Hay que educar a los hijos no para que sean ricos sino para que comprendan el valor de las cosas y las valoren. Hay que saber seleccionar los alimentos. Comer para engordar a la larga nos traerá muchos problemas de salud. Hay que comer como si fuera nuestra medicina, porque de lo contrario, terminaremos ingiriendo medicamentos como si fuera nuestra comida. Existe una distancia abismal entre un ser humano y ser un humano. Muchos todavía no lo comprenden. Son seis los factores que determinarán la calidad de vida de cada quien y hay que valorarlos como si fueran oro: luz solar, dieta, confianza en uno mismo, ejercicio, reposo y amigos. Cultivándolos llegaremos a una vejez en la que diremos: “Nos hay que llegar primero, pero hay que saber llegar.