El tesoro más grande que existe en el mundo —ningún dinero puede comprarlo— y por muchos no valorado porque no les costó un centavo, es la vida.
Diariamente hay gente quejándose, queriendo morirse porque se deprimen, amargándose la existencia tontamente. Todo en este mundo tiene solución. Lo que no la tiene es la muerte.
Y en muchos casos, ésta es lo mejor ante una enfermedad terminal en la que la persona padece una agonía dolorosa. Queremos a nuestro lado a nuestros seres queridos, pero no de una manera donde no puedan valerse por sí mismos.
La vida no es justa, dicen algunos, pero aun así es buena. Es demasiado corta para pasársela de lamento en lamento, característica propia del ser humano, nunca conforme con lo que tiene.
No disfruta lo mucho o poco que posee y así jamás conocerá la felicidad. No hay que estar cuestionando lo que es bueno o malo, simplemente hay que vivir y aprovechar al máximo las oportunidades que aparezcan. Hay quienes amasan una fortuna creyendo asegurar su vejez.
En parte sí, pero tampoco debemos descuidar a la familia y amigos, quienes serán los que estarán a nuestro lado a la hora de necesitarlos.
El dinero compra, el afecto que se siembre cosechará cariño y amor. En esta vida no hay que pensar en ganar discusiones, basta en estar de acuerdo y respetar el libre albedrío. El respeto es algo que cada quien debe ganarse. Todo aquello que no sea úti, hay que hacerlo a un lado.
El mejor y selecto momento es ahora. No guardemos para una ocasión “especial” el bonito traje, la mejor lencería, la buena botella de vino, porque el día elegido para estrenar las cosas no sabemos cuál será.
El pasado es polvo y el futuro es aire. Lo que prevalece es el presente, el hoy. Vamos a ser felices. Viajaremos, comeremos, disfrutaremos todo lo que tenemos porque no sabemos si terminaremos con vida este día.