Los mayas fue una civilización adelantada durante su apogeo a un millar de años a cualquiera de su época. Muchos creen que ese adelanto lo lograron con la ayuda de alienígenas, hipótesis no tan descabellada porque en 1949 el arqueólogo Alberto Ruiz descubrió en Palenque, Chiapas, la tumba de Pacal.
Sobre la tapa, apareció este personaje en relieve, manipulando una nave espacial. Era costumbre en los pueblos que al caer la noche en el lugar acostumbrado de reunión, el más sabio del poblado al calor de una fogata, saboreando una taza de café y comiendo algún bocadillo, llevara a cabo la narración de una leyenda. Una de estas narraciones cuenta que, cuando los dioses llevaron a cabo la creación, le encargaron a cada animal un trabajo.
Notaron que no había nadie encargado de llevar los pensamientos y deseos a otro lugar y por eso tardaban tanto. Tomaron una piedra de jade en la que tallaron una pequeña flecha sobre la que soplaron. La flecha voló, tomando forma de un 'x ts'unu'um', pequeña ave que llamaron colibrí, encargada de cumplir con esa misión.
Ágil y única avecilla de volar en cualquier dirección y sostenerse sobre el aire.
Sus alas revolotean hasta 300 veces por segundo y suelen tener los colores del arco iris. Representa al amor. No nacieron para estar en cautiverio. Cuando uno de ellos revolotea sobre la cabeza es porque alguien te envía buenos deseos y amor, momento de pedir un deseo para que la avecilla lo lleve de inmediato a los dioses.
Es tan ligera que puede acercarse a las flores sin moverles un pétalo. Quienes les priven de su libertad, acarrean un karma. A pesar de su tamaño, pueden visitar hasta mil flores por día. Es una bendición que un colibrí haga amistad con un ser humano. Ellos saben a qué persona escogen para acercárseles.