Orar es platicar con Dios, y hay que aprender a hacerlo. Muchos confunden la oración con las oraciones que ya están escritas. Estas sirven para cuando nuestro interior es un mar embravecido, por las tormentas que la vida nos pone por delante.
En esos momentos, es bueno buscar la calma rezando con devoción las oraciones conocidas, que ya están escritas y quizá no se esté pidiendo lo que necesitamos, pero primero hay que alcanzar la paz interior, antes de conectarnos con ese Ser Supremo, que es el hacedor de la vida. Platicar con Dios, es algo que muchos desconocen cómo hacerlo. Lo hacen únicamente cuando el agua les llega al cuello, y de una manera prepotente exigen. ¿Quiénes somos los seres humanos, para exigirle a la divinidad? En el pedir está el dar, y quien lo hace con humildad, recibirá más de lo que está solicitando.
Todos los días debemos orar, primero al abrir los ojos, dar gracias por un nuevo día que se nos está concediendo, ya que muchos no podrán hacerlo porque dejaron este mundo. Al recibir los sagrados alimentos, porque muchos no tienen siquiera un pan y agua para llevarse a la boca. Al adquirir un bien material, porque debemos considerarnos privilegiados de obtenerlo. Muchos dicen, gracias a mi tenacidad y trabajo tengo mi casa, carro, mantengo decorosamente a mi familia, y me doy mis lujos. No se ponen a pensar que todo eso, es gracias a que el Señor nos permite tener un trabajo bien remunerado, que satisface nuestras necesidades. Cuántos doctores en ciertas profesiones, por más que buscan un empleo en lo que estudiaron, terminan haciendo otra cosa.
Un día un ignorante que dijo ser ateo, cuestiona a un hombre que era muy dado a la oración. “Que ganas con orar y pedir a tu Dios. Acaso se te manifiesta y te da lo que le pides. No consideras que pierdes ese valioso tiempo”. El que oraba respondió. Te doy la razón cuando dices que pierdo. He perdido ira, depresión, inseguridad y el miedo a la muerte. Y he ganado una paz, que me permite vivir en armonía conmigo mismo y quienes me rodean.