La mejor universidad por la que todos tenemos que pasar, es la vida. Ella califica a todos los seres humanos. En la Época de Oro de los nativos norteamericanos existió el “Consejo de ancianos”, encargados de tomar las decisiones más importantes de la tribu.
Hoy todo eso queda relegado porque cuando alguien rebasa los treinta años de vida, encontrará trabajo si goza de un buen padrino. Las empresas solicitan gente con experiencia y a los experimentados los hacen a un lado.
Quién entiende a este mundo loco donde el hombre ha olvidado su historia y quien la desconozca vuelve a cometer los mismos errores. Un joven denota gallardía, empuje y por falta de experiencia, está propenso de cometer errores. Un viejo ya vivió lo que se le presenta y lo saca a flote gracias a su experiencia. Juventud y experiencia deben ir de la mano para que cuando el experimentado se retire, quede en su lugar un excelente alumno, que es la sombra del maestro.
No hay que ser un esclavo de los recuerdos y lo que se fue debemos desanclarlo de la mente. Tampoco hay que tener temor, y rechazar lo que está por venir. La paciencia es algo que debe cultivarse porque al final encontraremos oro que nos premiará otorgándonos lo que se buscó con ahínco. La miseria es algo que nunca debe anidarse en nuestro corazón; el miserable exige y explota a los demás, mientras que el sabio, exige mucho pero de sí mismo. ¿Cuál debe ser el objetivo de la vida? Morir joven, lo más tarde posible.
La naturaleza es nuestra maestra. Observemos un río, corre silencioso y produce murmullo que arrulla, así deben ser los grandes hombres, porque nunca alzan el tono de su voz. Hay que estar en movimiento, con una mente serena, y el alma diáfana como un lago, entre grandes montañas. Y, por último hay que ser como la flor de loto que florece, aunque esté en un pantano. El hombre no debe dejarse corromper por el poder, porque este termina, y el recuerdo perdura.