Frank Barrios Gómez
Lo que sí se detiene es la existencia de una persona al detenerse el reloj. Pero mientras esto no suceda, hay que continuar hasta donde nos dure la cuerda o energía de la pila. Mucho se pregona sobre la insensibilidad humana. Los que se dicen amigos cuando los encontramos en la calle, nos expresan “cualquier cosa que se te ofrezca no dudes en contactarme”. Y cuando necesitamos de su ayuda, huyen como si tuviéramos roña.
Hay muchas maneras de ayudar al prójimo y no únicamente con dinero se logra. Algunos necesitan que se les dedique tiempo para ser escuchados y recibir un sabio consejo. Pero para dar un consejo hay que estar llenos de sabiduría. Qué se puede esperar escuchar de labios de alguien amargado, que sólo busca venganza, producto del odio que lleva en su corazón. En lugar de orientar, lo que hace es destruir a quien se deja seducir por esa maldad. Por eso el mundo está como está, porque la mayoría de la gente carga en su corazón odio, venganza y repudio.
Cierta noche oscura, en la que nada se distinguía, porque lo impedía la lluvia acompañada de niebla y frío aire, se apreciaba por la calle a un individuo caminando con su paraguas y alumbrándose con un candil. Un parroquiano con dificultad para ver y que gracias a esa luz se había guiado hacia su destino, apresuró el paso para agradecerle al farolero. Grande fue su sorpresa al ver que se trataba del ciego del pueblo. “¡Para qué llevas farol si tú no ves!”, le preguntó. “Yo conozco estas calles y no necesito la lámpara, pero ayudo a otras personas a que sigan mi camino y así no se extravíen”, le responde el ciego. Alumbrar el camino de los demás no es tarea fácil. Muchos lo que hacen es oscurecerlo con la negatividad que proyectan a través del desaliento, la crítica, el egoísmo, desamor, odio, resentimiento y actos de maldad. En cambio, alguien centrado y armonioso, brillará como mil faroles en la oscuridad.