Esoterismo / Semana Santa

Estamos a un día de la mayor celebración de la Iglesia Católica

Frank Barrios Gómez

  · miércoles 17 de abril de 2019

Jesús de Nazaret es el personaje sobre quien más se ha dirigido la atención en el mundo. Vino a la Tierra a cumplir con los preceptos que su Padre le había encomendado. Por eso repetía que su reino no era de este mundo, y el pueblo no lo entendió.

Y sigue sin entenderlo, porque existe gente que pone en tela de duda su existencia, aduciendo que se trata de un personaje histórico, impuesto por el catolicismo, para darle forma concreta a la iglesia.

Fue hasta el año 325, en el Concilio de Nicea, ordenado por el emperador Romano, con la complicidad del Papa Silvestre I (Papa 33). Es a partir de ese concilio, llevado a cabo en Nicea de Bitinia, hoy Iznik, Turquía, cuando se concluye que Jesús de Nazaret es hijo de Dios y el Salvador del mundo.

Cuatro siglos tuvieron que transcurrir para que por fin fuera aceptado como tal. Y en su nombre se conmemora todo lo que tuvo que pasar, al contradecir a los sacerdotes de Sanedrín, diciéndoles que sus normas eran obsoletas para la época, que la casa de su padre había sido convertida en una guarida de ladrones y asesinos que comercializaban con la religión.

Nada ha cambiado desde esa época hasta nuestros tiempos, en los que estos caciques religiosos creen que todavía están en la Inquisición para seguir haciendo sus fechorías en nombre de Dios.

Los mismos sacerdotes de la época fueron quienes azuzaron al pueblo y ordenaron a Pilatos que lo crucificara como cualquier vulgar delincuente. Y ahora son quienes quieren redimirse celebrando el sufrimiento de Jesús hace dos milenios.

¿Jesús de Nazaret creó el catolicismo? No porque él fue judío y sus seguidores fueron los precursores de la nueva doctrina imperante por casi dos milenios a base del terror. Hoy constatamos como el cristianismo se derrumba, producto de la corrupción entre el mismo clero. Asesinatos (Papa Juan Pablo I), sodomía, homosexualismo, venta de indulgencias en nombre de Dios. Nada ha cambiado, todo sigue igual.