La noche del 31 de octubre, en los Estados Unidos, otros países sajones y también en México, niños disfrazados de diablillos, brujas o fantasmitas pasean por las calles y piden dulces de puerta en puerta: "Truco o trato" o "Dulce o truco", dicen los chiquillos a quienes les abren las puertas. Si los adultos les dan caramelos, dinero u otro regalito, ellos lo interpretan como “trato hecho, jamás desecho”. Pero si no les abren las puertas y se niegan a darles cualquier cosa, los pequeños estarán en su derecho de arrojar huevos, agua o espuma de afeitar contra la puerta.
Los orígenes del Halloween se remontan a más de 2500 años, cuando el año celta terminaba al final del verano, precisamente el día 31 de octubre de nuestro calendario, fecha en que los celtas llevaban a su ganado de los prados a los establos para protegerlos del invierno.
Para los celtas, en este último día de Octubre, los espíritus salían de los cementerios y se apoderaban de los cuerpos de los vivos para resucitar en ellos, razón por la cual procuraban ensuciar sus casas y decorarlas con huesos, calaveras y otras cosas desagradables, de forma que los muertos se asustaran y pasaran de largo.
De ahí viene la tradición de poner motivos siniestros en las casas, en víspera de Todos los Santos y también de los disfraces. Tiempo después, los celtas empezaron a disfrazarse de diablos, brujos o fantasmas para irse, el 31 de octubre, a pasear en grupo con los espíritus, con quienes hacían algunos tratos y con ello evitar que los muertos les hicieran alguna maldad o travesura.
Los Celtas, que habitaron en las islas Británicas, Escandinavia y el oeste de Europa formaban una comunidad controlada por una sociedad secreta de sacerdotes llamada los "Druidas. La calabaza llegó recientemente a los Estados Unidos procedente de los países escandinavos. Después regresó a Europa y al resto de América, gracias a la colonización cultural de los medios de comunicación y las películas. El Halloween también recuerda a la Europa flagelada por la plaga bubónica o “Muerte Negra" que exterminó a la mitad de su población y trajo consigo un gran temor a la muerte, razón por la cual decidieron multiplicar las "misas" para los fieles difuntos y organizar representaciones artísticas que recordaban la mortalidad de los humanos. Algunos europeos, como los mexicanos, tomaron la muerte con sentido del humor y empezaron a adornar las paredes de los cementerios con imágenes del diablo guiando a papas, reyes, damas, caballeros, monjes, campesinos o leprosos con el lema: “La muerte no respeta a nadie”.
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