Los médicos todo lo reducen a cuestionarios, diagnósticos y recetas. Tal parece que su meta es el enriquecimiento aparejado con el desamor y la indiferencia, así los modernos doctores se han convertido en seres impersonales e irrespetuosos ante la real misión que escogieron cumplir en el transcurso de su vida.
Desde luego hay honrosas excepciones, como mi doctor de cabecera Salvador Almanza, pero como él, cada día son menos, tal y como lo revela un artículo de la revista American Medical News en el cual se comenta sobre la crisis existente entre las relaciones de médicos y pacientes: La compasión y la intuición han quedado eliminadas.
Los médicos de la modernidad piensan y actúan como si la medicina fuera su propio campo acotado, cuando todo el mundo tiene en este campo un puesto vital.
Se hace necesario por parte de la clase médica corregir uno de sus mayores fallos: la sensación que dan a los pacientes de no corresponder a su necesidad de amor, cuando el amor es lo que atrae y une entre sí a los elementos de este mundo, cuando el amor es, realmente, el autor de la síntesis universal.
Leer esto y vivir en carne propia la deshumanización de la medicina impulsa a transcribir para ustedes La Carta De Los Derechos Del Moribundo: Tengo el derecho a ser tratado (a) como un ser humano viviente hasta que muera.
Tengo el derecho de mantener un sentido de esperanza sin que importen los cambios en su enfoque. Tengo derecho a ser atendido (a) por quienes pueden mantener un sentido de esperanza, pese a los cambios que puedan ocurrir. Tengo derecho de expresar a mi manera mis sentimientos y emociones acerca de mi muerte cercana. Tengo derecho a participar en la toma de decisiones concernientes a mi caso.
Tengo el derecho de esperar una constante atención médica, aunque el propósito cambie de curación a “comodidad”. Tengo derecho a no morir solo (a). Tengo el derecho de estar libre de dolor.
Tengo el derecho de recibir respuestas honestas a mis preguntas. Tengo el derecho a que no se me engañe.
Tengo el derecho a recibir ayuda de mi familia y para mi familia respecto a la aceptación de mi muerte. Tengo el derecho de morir en paz y con dignidad.
Tengo el derecho de mantener mi individualidad y de no ser juzgado (a) por mis decisiones, que quizá sean contrarias a las creencias de los demás. Tengo el derecho de discutir y ampliar mis experiencias religiosas o espirituales, independientemente de lo que éstas signifiquen para los demás.
Tengo el derecho de esperar que la santidad del cuerpo humano sea respetada después de la muerte. Tengo el derecho de ser atendido (a) por personas caritativas, sensibles y con conocimientos suficientes como para entender mis necesidades y, a la vez, que puedan ayudarme a encarar mi muerte.
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