En remotos tiempos, los humanos se preocupaban por lo que podría sucederle al sol durante el solsticio de verano cuando el Astro rey apasionado por la Madre Tierra, alarga los días y acorta las noches. Tal enamoramiento los hacía pensar que el sol perdería su potencia y se menguaría su esplendor total... Así que tratando de ayudar al Astro Rey las multitudes empezaron a encender hogueras y antorchas por las noches para devolverle su fuerza y vigor. También, a partir de entonces, se sumaron algunas supersticiones como la siguiente: “La última noche de primavera (23/ 24 de junio) es propicia para ahuyentar los malos espíritus, atraer los buenos y deshacer los encantamientos del amor”. Y entonces la gente empezó arrojar al fuego pequeños objetos y conjuros, con el deseo de que desaparecieran los malos espíritus y se hicieran realidad sus deseos amorosos. Esta celebración, mezcla de lo divino con lo pagano, que hasta la actualidad crea una atmósfera llena de energía y misterio es muy anterior a la religión católica; basta citar entre sus antecedentes la celebración celta del Beltaine, “fuego de Bel” o “bello fuego”, festival anual en honor al dios Belenos y otras fiestas sagradas griegas dedicadas a Apolo.
Fue hasta finales del siglo XIX que es catolizada esta fecha como la Noche de San Juan y de ahí para adelante se sumaron más supersticiones y creencias tales como “En la Noche San Juan cuando se abren las puertas del inframundo para que salgan hadas, demonios y duendes”. También se cree que Juan Bautista, en la víspera de su gran noche, bendice las aguas y entonces las plantas venenosas pierden sus propiedades dañinas, en tanto que las salutíferas centuplican sus virtudes. Los tesoros quedaban al descubierto y el rocío de la mañana cura cientos de enfermedades y rejuvenece a quien se embadurnaba con él. En otras palabras “La noche de San Juan” es tan auspiciosa como el inicio de año chino.
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