Existe un antiquísimo sistema filosófico que puede abrirnos la puerta a una forma más respetuosa, amorosa de relacionarnos con la madre tierra. Su nombre es Zoroastrianismo, Mazdeísmo, Parsismo o Culto al Fuego cuya finalidad es que nos acerquemos y comuniquemos con el Sol como Padre, esencia espiritual del universo y aprendamos a escuchar la voz de la Madre Tierra, para hacernos uno con la totalidad de la creación. Zoroastro o Zarathustra, el profeta fundador de esta filosofía como sus seguidores de ayer y de hoy, reverencian al Sol, igual que los egipcios a Horus, su símbolo más venerado porque el astro rey todo lo purifica sin contaminarse y es la mayor inteligencia espiritual conocedora de todos los secretos celestes.
Se cuenta que Zarathustra — descendiente de una familia real— descubrió la manera inteligente de comunicarse con el espíritu del sol y de la madre tierra, junto con sus plantas, animales, rocas, ríos y que con infinita paciencia enseñaba a sus devotos en el acatamiento y respeto que deberían fomentar y acrecentar por la madre tierra.
El profeta también instruía a sus seguidores sobre en el gran amor de Gea por los labradores, sus hijos predilectos a quienes además de gratificar con sus cosechas, les trasmite sus poderosos secretos, mismos que se convierten en bendiciones para su familia.
Zarathustra predicaba que la llamada muerte es el océano de la vida, en el que recaen, una por una, las gotas de agua más densas, para que luego el sol las haga subir en una nube sobre el mar y dancen en el cielo con sus trajes de vapor Un zoroastriano o parsis no sepultan a sus muertos, los conduce a una Torre del Silencio donde el sol, los animales y la lluvia se encargan de purificar el cadáver. Además, los parsis dejan en su testamento una suma de dinero destinada a que parientes y amigos organicen una fiesta en su honor después su muerte.
El zoroastriano se regocija con la muerte porque su alma quedará liberada de las transitorias limitaciones de la materia. No se ata a nada que ya pasó, convencido de que con nuestros pensamientos y sentimientos esculpimos, a cada instante, una obra secreta y trascendental a manifestarse cuando morimos.
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