Anualmente es visitado por miles de feligreses. Cuenta la leyenda que el lugar estuvo infestado por brujas y todas las noches se cobraba por lo menos una víctima. El demonio se presentaba en los aquelarres de las servidoras del Mal. San Miguel Arcángel hizo acto de presencia y luchó contra Satanás venciéndolo, haciéndolo rodar por una ladera del cerro, formando en su caída un sendero.
En 1631, San Miguel Arcángel se le presenta al indígena Diego Lázaro, de 17 años de edad, informándole que en el lugar brotaría un manantial, y quien bebiera esa agua, sanaría de sus males. Él dio a conocer la noticia.
En ese sitio cayó un rayo marcando el lugar donde brotaría el agua milagrosa. El indígena pensó que nadie le creería, y guardó para sí el secreto. Al poco tiempo enfermó gravemente de cocolixtli, padecimiento del que casi nadie se salvaba. Su familia lo vio tan mal, que buscaron un cura para que le pusiera los santos óleos. En ese momento llegó al pueblo un joven de apariencia extranjera, quien se acercó a la vivienda del enfermo, pidiéndole a la gente que le dejaran solo. Ya a solas, se identifica como el arcángel custodio de los cielos, y le dice que su enfermedad es por no haber divulgado el mandato, y que le va a dar una segunda oportunidad, pero que cumpla con lo mandado. De repente la gente vio que el jacal se incendiaba, y cuando por fin lograron entrar, encontraron a Diego completamente curado. Y platicó su experiencia con el Arcángel Miguel. Pero el pueblo dudaba porque el sitio se localizaba en la barranca que había hecho el diablo al rodar, después de su lucha con el patrono de los cielos. Junto con su familia, Diego empezó a excavar donde aparecía la marca y brotó un hermoso manantial, y quienes tomaban esa agua, sanaban de sus males. La pintura barroca de Luis Berruecos es testimonio de este suceso. Existe un templo al que miles de enfermos asisten para curar sus males.