Dos ancianos vivían discutiendo y gritándose el uno al otro. Si él gritaba, ella pegaba cinco gritos. Todo entre este matrimonio era enojo, amenazas, discusión. ¿Por qué peleamos?, preguntaba de repente el anciano. ¡Por tu culpa!, contestaba la anciana. No por la tuya, le respondía el anciano. Y seguía la discusión, el enojo, los gritos. Día a día, año a año. Hasta que hartos de sus pleitos, los vecinos se dirigieron a la anciana:
- Señora, señora atiéndanos.
-Está bien, qué quieren decirme.
-En lo alto de la montaña, no lejos de aquí, vive un iluminado que posee agua bendita y mágica con la que cura a la gente enojada; a lo mejor puede ayudarla para que deje de pelar con su marido.
La anciana escuchó con atención las palabras de sus vecinos, y al otro día, al amanecer, fue a la montaña en busca del milagro.
-¿Cómo puedo ayudarla?" -preguntó el iluminado.
La anciana entre lágrimas y quejidos contó el porqué de sus pleitos. El la escuchó con ternura y cuando terminó la anciana de contarle con detalle sus pesares, se dirigió al interior de su casa y regresó con una botella llena de agua. Antes de ponerla en sus manos, pronunció algunos mantras. Luego le indicó cómo debería usarla.
-Cuando comience tu esposo a pelear, discutir o maldecir, bebes unos traguitos de esta agua, manteniéndolos en tu boca. No la vayas a escupir ni te la tragues, hasta que tu esposo se calme. Esto lo repites cada vez que tu marido comience a gritar o discutir.
-¡Gracias!, le dijo la anciana, y regresó a su casa con la botella de agua mágica. Cuando su esposo comenzó a gritarle "¿Dónde diablos estuviste?, ¡por qué no está lista la comida! La anciana, sin contestarle, tomó algunos traguitos del agua y los mantuvo en boca cerrada. El anciano seguía grite y grite, pero cuando se percató del silencio de su esposa también calló. Tranquila la anciana preparó la comida. Después, cuando dispuso la mesa, empezó a susurrar una alegre canción. Terminada la comida, otra vez, el anciano empezó a gritar, "¡Estas tan ciega mujer que no ves lo sucio que está la casa!”.
La mujer ofendida quiso responderle, pero en vez de ello, tomó un poco del agua de la botella y calló. El anciano intrigado porque ella no respondía, también calló. Y esto se repitió una y otra vez. Cada vez que él comenzaba a discutir, ella tomaba del agua y esperaba que él se tranquilizara. Y también cuando ella tenía ganas de discutir o gritar, tomaba sorbos de agua, hasta calmarse. Con el tiempo, dejaron los ancianos de discutir, pelear y gritar. Conocieron lo que era vivir en armonía y les gustó. Ella, emocionada por lo amable de su nueva vida, le contó la historia del agua a su esposo y juntos fueron a la montaña para agradecer tal milagro. Cuando llegaron a la casa del iluminado, se arrodillaron frente a él; le obsequiaron un enorme ramo de flores y le dijeron:
-Gracias, gracias, venerable tu agua mágica cambio nuestras vidas.
- El iluminado contestó:
No es agua bendita o mágica es agua simple. El milagro se dio cuando cerrando su boca controlaron sus emociones. Callarse fue el milagro. Callarse es la razón para que ahora vivan sin peleas y gritos. Callarse, te procura el tiempo que necesitas para responder pensando qué y cómo decir las cosas. Los ancianos se miraron, sonrieron y continuaron su vida juntos en armonía.
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