Comencemos con La mujer más longeva, la francesa Jeanne Calment quién murió en 1997, con 122 años. Ella siempre estuvo en la ciudad de Arlés y, según los relatos de su diario, en su tierra natal conoció al pintor Vincent Van Gogh, quien viajó al sur de Francia en busca de su luz y sus colores explosivos. “Van Gogh, era feo, alcohólico, coscolino, dormía en los burdeles”, recordaba Calment en sus últimas entrevistas, pese a que el pintor había muerto más de un siglo antes, en 1890.
Coqueta, siempre bien arreglada la famosa anciana no se cansaba de repetir que la mujer pierde la juventud, cuando pierde su coquetería. También aconsejaba a los curiosos que le preguntaban el secreto de su longevidad: “Mantén tu sentido del humor”. A ello —decía— atribuyo mi larga vida. Creo que me moriré riendo”.
Otra de sus bromas: “Nunca he tenido más que una arruga, y estoy sentada encima”. Cada día, esta encantadora y pizpireta anciana francesa bebía un vaso de oporto, se fumaba un cigarrillo y comía chocolate. Otra longeva que tenía 117 años cuando murió, era la japonesa Misao Okawa, , quien hasta el día de su muerte permaneció en una residencia de ancianos en Osaka (Japón), su ciudad donde nació.
El récord Guinness, y su complicado proceso de comprobación, reconoció a Okawa, como la más anciana en 2013, días después de que muriera Jiroemon Kimura, el japonés que había ostentado el título hasta alcanzar los 116 años y 54 días. La japonesa era, además, la quinta más longeva de la historia, al menos desde que Guinness hace sus verificaciones. Misao Okawa, tenía tres hijos, cuatro nietos, seis bisnietos y comía mucha fruta.
Una semana después de que obtuviera el reconocimiento oficial del Récord Guinness por su longevidad, recibió como regalo una canasta de fruta, un ramo de flores, una tarta de frutas y un pañuelo bordado a mano de parte de los empleados de la residencia en la que habitó hasta cumplir 115 años. La más anciana además de comer mucha fruta, tenía como su platos favoritos es el sushi y la sopa de tallarines. Okawa quien se jactaba de no haber sufrido nunca una enfermedad grave, aseguraba que el secreto de su longevidad era comer alimentos crudos. Otro longevo japonés, Jiroemon Kimura, residente de Kyoto, también era amante de la fruta y tomaba mucho té.
Y a propósito y por último recordemos las reglas de oro de los longevos orientales para tener una larga y sana vida: “Nunca apresurarse; mantener el corazón sereno. Sentarse con la tranquilidad de una tortuga, caminar con la viveza de un pájaro y dormir tan profundamente como un perro. Evitar toda clase de emociones externas. Nada agota tanto como los bruscos estallidos de la emoción. Observar un programa físico diario de ejercicios corporales, respiratorios y, en cuanto a comida: una dieta vegetariana, evitar todo tipo excesos por las noches de verano y comer un poco más en las mañanas de invierno.