Es de esas lenguas que su dificultad gramatical asusta a los traductores. Lamentablemente podemos mencionar pocos casos —eso sí, valiosísimos, casi incomparables— de escritores húngaros que han sido bien traducidos y de los que se pueden encontrar grandes obras: Tibor Déry, Sándor Márai, Peter Esterházy, por supuesto el premio Nobel Imre Kertész, y ahora László Krasznahorkai.
La caída del comunismo permitió que las barreras culturales fueran también destruidas y que en occidente pudiéramos acceder a toda una obra monumental como lo es la húngara.
De Sándor Márai el lector ya ha leído sus obras autobiográficas (Confesiones de un burgués, ¡Tierra, Tierra!), sus Diarios y, evidentemente, sus novelas (La herencia de Esther, Divorcio en Buda, El último encuentro, por mencionar sólo tres de las mejores), aunque siguen sin verse en español sus poemas, sus epigramas, sus obras de teatro y sus ensayos.
Luego del Nobel, Imre Kertész tuvo la fortuna de ver en español, poco a poco, toda su narrativa: Fiasco, Diario de la galera, Kadish por el hijo no nacido, Liquidación, Sin destino.
Peter Esterházy tuvo sobre todo en la década de los noventa del siglo pasado una presencia sólida en las librerías. Gozó de muchos lectores y, por azares del destino editorial, poco a poco se fue olvidando; no así sus obras: Una mujer, Los verbos auxiliares del corazón y Pequeña pornografía húngara que, por su título quizá, fue la que obtuvo mayores ventas.
Ahora podemos leer a László Krasznahorkai, quien con Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río, nos da muestras de que no toda la literatura centroeuropea y, para más señas, la húngara, debe estar regida por ciertos temas (el exilio, el ghetto, la diáspora, el exterminio o los regímenes políticos), sino que la literatura es con letras mayúsculas y que igual se narra con maestría sobre un tema nacional, que sobre un tema japonés.
Como un escritor mimético es como podríamos definir a Krasznahorkai, pues este libro tal pareciera que salió de la pluma de Akutagawa o de Kawabata: un gran sentido poético, una levedad que raya en lo sublime, una prosa tan exquisita como un haikú, sin faltar un hermoso monasterio y un jardín cercano al paraíso; un libro, pues, cercano a los sentidos: sutil, etéreo.