/ miércoles 11 de julio de 2018

Babel y laberinto/ El crepúsculo de la cultura americana de Morris Berman

Hablar de la cultura americana, o norteamericana, para mayor precisión, puede resultar, a estas alturas, un cliché

Después de los estudios de McLuhan o Tonbeey, ver a McDonalds como el símbolo de la cultura “gringa” es ya un lugar común. Muchos estudios hemos leído —desde el punto de vista de la historia, de la sociología, de la psicología y de los estudios de género— sobre la cultura norteamérica del siglo XX. Cierto es que el imperio, entendido éste como la nación que avasalla a las otras (“Quien sobresale avasalla”, decía Gide), que sienta sus bases y que rige el destino de las demás, cierto es, repito, que el imperio surge de la multiculturalidad, de la reunión de varias culturas que, aculturalizándose, crean una nación todopoderosa que se fortalece militar, económica y políticamente. Si recordamos, por ejemplo, al imperio romano o al austrohúngaro, podemos recordar que no sólo se trata de un imperio-nación, sino también de un imperio-cultura. Era el imperio romano, para continuar ese parangón, el que mantenía, por medio de sus mecenas o el propio estado, a todos aquellos artistas que ahora son recordados como clásicos. Desde la matriz del imperio surgían los más profundos pensadores, filósofos, poetas, dramaturgos y pedagogos de los que se tenga noticia; pues algo similar sucede ahora, pero no son ya filósofos ni pedagogos los que surgen del imperio, sino una suerte de aves fénix que nacen y mueren en un solo día, reviviendo en nuevos rostros y nuevos estilos con caras de “artistas”, “cantantes” y “sex symbols”. Es el imperio el que rige las formas de vida y el que detalla con precisión cómo debe ser el carácter de la gente, cómo debe vestir, pensar, qué debe comer y cómo debe comportarse. Pues bien, todos esos puntos son abordados por Morris Berman en El crepúsculo de la cultura americana, publicado por Sexto Piso.

En la segunda edición del El crepúsculo de la cultura americana de Morris Berman podemos leer un prólogo escrito por el propio autor expresamente para la edición mexicana y el prólogo a la segunda edición norteamericana. El libro de Berman se ha convertido ya en un clásico; la misma publicación de éste es ya un suceso mítico. Cuando Morris lo presentó a las editoriales le fue rechazado, argumentando que no era un libro que vendiera, desde ese punto es por el que empieza Morris, desde el hecho que el imperio rige qué debe o no leer su pueblo.

Una crítica de esta naturaleza no deja incólume a nadie. Morris aborda su crítica desde el punto social y critica duramente a las instituciones; de los medios de información dice, por ejemplo, que son simplemente “infotenimiento”, término que él mismo acuña para describir una de las características de los noticieros contemporáneos que, como todos lo corroboramos diariamente, se han convertido en más que noticieros en una suerte de nuevo género de ficción, pues son ellos los que “inflan” o “desinflan” una noticia, marcando el paso de lo que los televidentes deben o no saber.

Pero Morris no es un crítico desde fuera, no es, de ninguna manera, un crítico que olvide de dónde viene, él mismo se considera parte de este engranaje al cual, apocalípticamente, no se le ve salida.

El McWorld es un imperio, un mundo que, como cualquier nación oprimida ideológicamente, sólo está destinada al pan y al circo.

Después de los estudios de McLuhan o Tonbeey, ver a McDonalds como el símbolo de la cultura “gringa” es ya un lugar común. Muchos estudios hemos leído —desde el punto de vista de la historia, de la sociología, de la psicología y de los estudios de género— sobre la cultura norteamérica del siglo XX. Cierto es que el imperio, entendido éste como la nación que avasalla a las otras (“Quien sobresale avasalla”, decía Gide), que sienta sus bases y que rige el destino de las demás, cierto es, repito, que el imperio surge de la multiculturalidad, de la reunión de varias culturas que, aculturalizándose, crean una nación todopoderosa que se fortalece militar, económica y políticamente. Si recordamos, por ejemplo, al imperio romano o al austrohúngaro, podemos recordar que no sólo se trata de un imperio-nación, sino también de un imperio-cultura. Era el imperio romano, para continuar ese parangón, el que mantenía, por medio de sus mecenas o el propio estado, a todos aquellos artistas que ahora son recordados como clásicos. Desde la matriz del imperio surgían los más profundos pensadores, filósofos, poetas, dramaturgos y pedagogos de los que se tenga noticia; pues algo similar sucede ahora, pero no son ya filósofos ni pedagogos los que surgen del imperio, sino una suerte de aves fénix que nacen y mueren en un solo día, reviviendo en nuevos rostros y nuevos estilos con caras de “artistas”, “cantantes” y “sex symbols”. Es el imperio el que rige las formas de vida y el que detalla con precisión cómo debe ser el carácter de la gente, cómo debe vestir, pensar, qué debe comer y cómo debe comportarse. Pues bien, todos esos puntos son abordados por Morris Berman en El crepúsculo de la cultura americana, publicado por Sexto Piso.

En la segunda edición del El crepúsculo de la cultura americana de Morris Berman podemos leer un prólogo escrito por el propio autor expresamente para la edición mexicana y el prólogo a la segunda edición norteamericana. El libro de Berman se ha convertido ya en un clásico; la misma publicación de éste es ya un suceso mítico. Cuando Morris lo presentó a las editoriales le fue rechazado, argumentando que no era un libro que vendiera, desde ese punto es por el que empieza Morris, desde el hecho que el imperio rige qué debe o no leer su pueblo.

Una crítica de esta naturaleza no deja incólume a nadie. Morris aborda su crítica desde el punto social y critica duramente a las instituciones; de los medios de información dice, por ejemplo, que son simplemente “infotenimiento”, término que él mismo acuña para describir una de las características de los noticieros contemporáneos que, como todos lo corroboramos diariamente, se han convertido en más que noticieros en una suerte de nuevo género de ficción, pues son ellos los que “inflan” o “desinflan” una noticia, marcando el paso de lo que los televidentes deben o no saber.

Pero Morris no es un crítico desde fuera, no es, de ninguna manera, un crítico que olvide de dónde viene, él mismo se considera parte de este engranaje al cual, apocalípticamente, no se le ve salida.

El McWorld es un imperio, un mundo que, como cualquier nación oprimida ideológicamente, sólo está destinada al pan y al circo.

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