Como se sabe, Bloy fue el místico moderno que condujo su pensamiento por la vía de la fe. En su juventud se conocía como un anticlericalista violento, pero un giro en su vida lo convirtió al catolicismo. Esta firme creencia la obtuvo a través de un cura que se convirtió en su guía espiritual. Como una suerte de San Ambrosio y San Agustín, estos dos personajes de la Francia decimonónica fueron declarados católicos que trataban de convertir a su fe a los intelectuales de la época.
Cuando líneas arriba hablamos de Bloy como un místico moderno, no era exagerado. El filósofo y narrador tuvo una relación con una prostituta a quien convirtió a la fe y quien fue una mujer entregada a la pasión cristiana. Pero fueron tantas las prédicas apocalípticas de Bloy que esta mujer terminó enloqueciendo e internada en un manicomio.
Este suceso marcó profundamente a Bloy, quien aseguraba tener experiencias místicas y revelaciones divinas. Bloy conocería años más tarde a otra mujer con quien contrajo matrimonio, y quien lo acompañó hasta su muerte. A ella debemos el prólogo a En tinieblas, libro que fue publicado después de la muerte del pensador y que resume en buena parte todo el legado filosófico de este hombre a quien Borges llamaba “Un profeta demoníaco, cautivo de lo absoluto. Un especialista de la injuria, un autor que continuamente releo”.
En tinieblas es una suerte de crónica-testimonio que retrata un mundo en plena descomposición. Escrita en 1917, años de la Primera Guerra Mundial, este libro es una
suerte de memoria de vida y de experiencias, sean éstas vividas o místicas. El autor repasa los sentimientos, la moral, la fe, las circunstancias y la historia de un siglo naciente.
A Bloy se le ha comparado estética y filosóficamente con Nietzsche, Dostoievsky, Kierkegaard y Baudelaire, con todos ellos mantiene cierta cercanía en cuanto a la visión que ellos tenían del mundo, del arte y las creencias religiosas.
Recordemos que todos ellos tenían una relación muy singular con sus propios dioses. Nietzsche mató a Dios, Dostoievsky lo volvió humano, Kierkegaard lo santificó y Baudelaire lo encarnizó. Bloy, sin embargo, fue el único que se mantuvo bajo su cobijo, aunque haya sido, al mismo tiempo, un gran crítico de su propia fe.
Bloy vivió siempre en la mendicidad, odiado por los escritores e intelectuales contemporáneos a quienes satirizó en su célebre novela El desesperado. Nunca supo de glorias y vivió en este mundo como quien vive en su infierno, en tinieblas.