/ miércoles 13 de marzo de 2019

Babel y laberinto / Felices como asesinos de Gordon Burn

El imaginario colectivo va cambiando de gustos, ética y visión del mundo

Lo que en otros siglos era lo que gustaba al gran público, ahora parecerían una suerte de niñerías. Las novelas románticas y lacrimosas del siglo XIX a un lector aguzado de este siglo XXI, le resultarían poco menos que una malteada de fresa.

Hemos cambiado de buscar en la lectura algo sólo reconfortante por algo más elaborado y hasta abigarrado. Nos interesa más el enigma del mal que un alma pura. Quien representaba las novelas policíacas, un hombre bueno, honesto, recto, en las novelas actuales es un antihéroe, muchas veces alcohólico, infiel, que incumple la ley y que busca venganza.

Todo cambia y uno siempre se pregunta qué estaremos leyendo dentro de veinte o treinta años.

Seguiremos leyendo a Shakespeare, a Cervantes, a Galdós, claro, pero se incluirán los clásicos jóvenes como John Connelly, James Ellroy o Gordon Burn, los escritores más enérgicos en la línea de la novela policíaca.

Aunque cabe aquí una aclaración: a partir de estos tres autores es obligada una nueva acepción para el género que ellos representan.

Ya no estamos sólo ante un policía que busca esclarecer un terrible crimen, poner en la cárcel o ver muertos a los asesinos y tenderse de nuevo a beber y a ver cómo resuelve su vida; de ninguna manera. Estamos frente a hombres que más que esclarecer un crimen son una suerte de nuevos filósofos que se preguntan por qué el mal gobierna al hombre, qué lleva a una pareja (como en el caso de la presente novela) a convertirse en asesinos.

Si Enrique Vila-Matas dice que “Recorrer esta novela hasta el final resulta una experiencia atroz”, debemos creerle, pues, como sabemos, es de los grandes lectores-escritores que tenemos en nuestra lengua.

Después de que el sistema judicial de Inglaterra declarara inocentes a Fred y Rosemary West ante las acusaciones de una chica que era la niñera de sus hijos y a la que habían hecho todo tipo de vejaciones, la pareja sale libre y sólo se le impone una multa. Años después la policía encuentra en el jardín de los West los restos de su propia hija, a la que habían reportado como extraviada. Sin embargo, un tercer fémur alerta a los investigadores y encuentran un total de nueve cuerpos.

Felices como asesinos de Gordon Burn es una de las grandes novelas sobre el mal y todo lo que él trae. Es una novela atroz en la que algunos de sus personajes parecen seres endemoniados a los que la razón les ha dado la espalda.

Felices como asesinos es una novela que, en sentido estricto, no debería ser recomendada. No sólo es una experiencia atroz, como dice Vila-Matas: cuesta trabajo quitársela de la cabeza durante mucho tiempo.

Lo que en otros siglos era lo que gustaba al gran público, ahora parecerían una suerte de niñerías. Las novelas románticas y lacrimosas del siglo XIX a un lector aguzado de este siglo XXI, le resultarían poco menos que una malteada de fresa.

Hemos cambiado de buscar en la lectura algo sólo reconfortante por algo más elaborado y hasta abigarrado. Nos interesa más el enigma del mal que un alma pura. Quien representaba las novelas policíacas, un hombre bueno, honesto, recto, en las novelas actuales es un antihéroe, muchas veces alcohólico, infiel, que incumple la ley y que busca venganza.

Todo cambia y uno siempre se pregunta qué estaremos leyendo dentro de veinte o treinta años.

Seguiremos leyendo a Shakespeare, a Cervantes, a Galdós, claro, pero se incluirán los clásicos jóvenes como John Connelly, James Ellroy o Gordon Burn, los escritores más enérgicos en la línea de la novela policíaca.

Aunque cabe aquí una aclaración: a partir de estos tres autores es obligada una nueva acepción para el género que ellos representan.

Ya no estamos sólo ante un policía que busca esclarecer un terrible crimen, poner en la cárcel o ver muertos a los asesinos y tenderse de nuevo a beber y a ver cómo resuelve su vida; de ninguna manera. Estamos frente a hombres que más que esclarecer un crimen son una suerte de nuevos filósofos que se preguntan por qué el mal gobierna al hombre, qué lleva a una pareja (como en el caso de la presente novela) a convertirse en asesinos.

Si Enrique Vila-Matas dice que “Recorrer esta novela hasta el final resulta una experiencia atroz”, debemos creerle, pues, como sabemos, es de los grandes lectores-escritores que tenemos en nuestra lengua.

Después de que el sistema judicial de Inglaterra declarara inocentes a Fred y Rosemary West ante las acusaciones de una chica que era la niñera de sus hijos y a la que habían hecho todo tipo de vejaciones, la pareja sale libre y sólo se le impone una multa. Años después la policía encuentra en el jardín de los West los restos de su propia hija, a la que habían reportado como extraviada. Sin embargo, un tercer fémur alerta a los investigadores y encuentran un total de nueve cuerpos.

Felices como asesinos de Gordon Burn es una de las grandes novelas sobre el mal y todo lo que él trae. Es una novela atroz en la que algunos de sus personajes parecen seres endemoniados a los que la razón les ha dado la espalda.

Felices como asesinos es una novela que, en sentido estricto, no debería ser recomendada. No sólo es una experiencia atroz, como dice Vila-Matas: cuesta trabajo quitársela de la cabeza durante mucho tiempo.

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