Sí, todavía hay escritores que sacuden el lenguaje. Los best sellers, los libros de autoayuda y las historias de amor edulcoradas han malacostumbrado al lector y éste ya sólo quiere leer historias lineales, que le hagan pasar “un buen rato” y que no le agiten el espíritu.
Quizá por eso ya no se lea a Joyce, a Kafka, a Musil o a Broch y sólo sean nombres de un panteón olvidado cuyas tumbas se han relegado, pero cuyos ataúdes siguen más vivos que las sillas doradas de autores que gozan ahora de nombres que serán echados al olvido.
De entre los autores que se enfrentan al lenguaje y no dan tregua, de aquellos que saben que el ser escritor es una eterna lucha y no el reflector de las entrevistas, a quien hay que poner en primer término es a Mario Bellatin. Dueño ya de una obra inquietante y capaz de desazonar la mente y el espíritu del más cándido.
Cito in extenso una suerte de mínima autobiografía del propio autor: “Soy Mario Bellatin y odio narrar, apareció publicado en cierto diario hace algún tiempo. El hecho de ser escritor está más allá de una decisión consciente que haya podido ser tomada en un momento determinado, continuaba la nota. No recuerdo, exactamente, cuándo nació la necesidad de ejercer esta actividad tan absurda, que me obliga a permanecer interminables horas frente a un teclado o delante de las letras impresas de los libros. Y eso, que para muchos podría parecer encomiable y hasta motivo de elogio, para mí no es sino una condición que no tengo más remedio que soportar”.
La Obra reunida de Mario Bellatin editada por Alfaguara, es una muestra de que tenemos en Bellatin a un bastión de la lengua. Se reúnen aquí trece novelas cortas que darán al lector neófito en este narrador una buena visión de lo más importante de su producción.
Pongamos por ejemplo dos obras capitales no sólo dentro del corpus de Bellatin, sino de la literatura toda: Salón de belleza y La escuela del dolor humano de Sechuán. En la segunda vemos a un narrador al que el dolor le parece cosa normal y parte de la historia se desarrolla en un pueblo en donde todas las personas tienen mutilados los cinco dedos de la mano derecha. Eso que podría parecer una inhumanidad, es en la prosa de Bellatin una manera más de ver el mundo. Por eso, quizá, el epígrafe de Yasunari Kawabata que abre Salón de belleza reza: “Cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana”, ¿mejor descripción de nuestros modernos tiempos? Bellatin: nuestro mejor profeta.