Babel y laberinto/Loco por Donna de James Ellroy

Ellroy sabe que podría estar escribiendo novelas “cultas”, pero ha preferido el camino de la novela negra

Rodolfo Mendoza/Colaborador

  · miércoles 19 de febrero de 2020

Escritor estadounidense/Foto: Cortesía|@rionegro.es

El género policiaco ha dejado de ser, desde el siglo pasado, un género menor. Grandes escritores han incursionado tanto en el cuento como en la novela. La narrativa toda se ha visto invadida por mecanismos que correspondían sólo a la novela negra. Fue quizá el cine el arte que mejor acogió a este estilo. Basta recordar toda la época del cine negro norteamericano con nombres como Billy Wilder, Humphrey Bogart, Katherine Hepburn, y toda esa miríada de actores y directores que dieron vida a un sinfín de novelas y guiones ahora clásicos.

Pero todo género tiene su evolución o degradación. Si la novela negra de Dashiell Hammett, por ejemplo, planteaba cuestiones incluso morales, parámetros como el bien y el mal, la novela negra de fin de siglo pasado es ya una versión más acabada y esférica de la personalidad humana.

Para algunos lectores el nombre de James Ellroy era, desde los ochenta, moneda corriente. Llegados los años noventa, con la adaptación de L. A. Confidentional, Ellroy fue el rostro globalizado del escritor prototípico de novela negra o novela hard-boiled como fue llamada. Para nosotros, lectores de lengua española, los planteamientos estéticos de Ellroy ya no resultaron tan escandalosos como sucedió en otros países o, incluso, en Estados Unidos; pues desde España nos había llegado ya el maestro del realismo sucio y del escándalo policial: Andreu Martín.

Martín ya nos había educado sobre la inmundicia social, la podredumbre policial y el desgarramiento callejero. Así que cuando llegó a nuestras manos L.A. Confidentional, Réquiem por Brown, La dalia negra o El gran desierto lo que nos sorprendió fueron los otros artilugios narrativos de Ellroy, ya no su visión de un mundo “sucio”.

¿Qué fue lo que causó Ellroy con su narrativa? Además de lo que ya anotamos acerca de Andreu Martín, lo que causaron sus cuentos y sobre todo sus novelas fue ese poder narrativo. Ellroy ya no se enfocaba sólo a narrar policías corruptos, prostitutas decadentes, familias junkies o degenerados sui generis, sino que Ellroy dio el siguiente paso: ir más allá del ambiente y pelear por una prosa nueva. Se dice que traducir a Ellroy es casi imposible y quien lo logra no puede alcanzar del todo la perfección prosística de este autor.

Su jerga nueva, sus nuevas palabras o sus epítetos casi intraducibles son como aquel nuevo lenguaje de Joyce en el Finnegans Wake. Ellroy sabe el escritor que es, sabe que podría estar escribiendo novelas “cultas”, sabe que podría darle la vuelta a los géneros e imponer su lenguaje ante cualquier otro narrador de lengua inglesa, pero ha preferido el camino de la novela negra. Se cuenta que cuando un conocido y culto escritor barcelonés, en la presentación de Loco por Donna en España, no paraba en elogios y comparó la obra de Ellroy con cualquiera de Shakespeare, Ellroy sin inmutarse sólo dijo: “Ya, bueno. La verdad es que a mí Shakespeare me la chupa”. Eso que podría parecer un alarde, parece más una postura propia que no acepta comparaciones porque se sabe único.

Loco por Donna es la reunión de tres novelas cortas que se ven unidas por este personaje que quedará en la memoria del lector como uno de los símbolos característicos de la novela negra de todos los tiempos. Tenemos nuevamente al Elrroy de Destino: la morgue u Ola de crímenes, sus reuniones de relatos anteriores. De la obra de Elrroy se hablará siempre, mucho más, como se seguirá hablando de lo indescriptible que resulta siempre el ser humano cuando está al borde de cualquier frontera.