Entre las varias listas que ya son tradicionales en el ámbito literario, cuya finalidad es hablar del sitio que ocupan algunos de los autores, sobresale una nacional, que ubica al xalapeño Rafael Toriz en el primer lugar por su novela La distorsión, la cual presentó en la capital del estado a principios de junio de 2019.
En la lista, el segundo sitio es ocupado por Valeria Luiselli, con su novela Desierto sonoro; el tercero, por El vendedor de silencio, de Enrique Serna; el cuarto, por Alberca vacía, de Isabel Zapata, y el quinto, por Raras. Ensayos sobre el amor, lo femenino, la voluntad creadora, de Brenda Ríos.
En la reseña dedicada a la más reciente entrega del veracruzano, el escritor Élmer Mendoza afirma que el de Toriz “es un estilo sobrio que va de lo profundo al sonido de una flauta. Es una revelación, cuenta para armar y su historia fluye de palabra en palabra y consigue un jardín como el de Edward James en Xilitla, donde nada importa porque todo es importante”. Se trata, apunta, “de una novela excitante y es una alegría descubrir un autor que demuestra que lo mejor de la literatura mexicana es la variedad”.
Rafael Toriz, quien actualmente radica en Buenos Aires, Argentina, explicó en anterior entrevista para Diario de Xalapa que, aunque los editores han catalogado a La distorsión como una novela, es más una suerte de antinovela. Se trata de tres ejercicios ficcionales que exploran y difuminan las fronteras entre la narrativa y el ensayo. Por una parte son deconstrucciones y viñetas a manera de ser una historia de la lengua, de una época y de una región —la Huasteca de Veracruz—; lo otro es una suerte de autobiografía mental, y una parte más es la de un escritor resentido y amargado en la lucha por la vida.
En un momento literario en el que varios autores se interesan por la autoficción, Rafael Toriz acepta que su búsqueda tiene que ver con demostrar que el ensayo siempre ha sido un ejercicio del yo; en el caso de su libro, como el título lo anuncia, es exponer que “vivir la vida es distorsionarla, ni se diga narrarla”.
Contar las historias que me contaron, que escuché, y lo que viví, desde luego que está distorsionado por mi memoria, por el tiempo y el lenguaje; es una representación de aquello que pasó. Es saber que no existe un original sino que todo es una suerte de eco distorsionado