Cierta mañana, Victoria se dirigía al colegio como todos los días, acudía entusiasmada porque iniciaba otro ciclo escolar, satisfecha de haber pasado al tercer grado de secundaria. No obstante, los nervios la invadían ante la incertidumbre de las nuevas materias que contemplaba su plan de estudios; le habían hecho tantos comentarios que sinceramente sí le preocupaba tener que lidiar con nuevas asignaturas.
Al fin llegó el momento de conocer a su profesor de química, un señor maduro con una imagen muy pulcra que daba la apariencia de estar enojado, y que a decir verdad, así se lo había imaginado, con su cabello completamente blanco que contrastaba con el color de la bata de laboratorio que llevaba puesta, en cuya parte superior derecha se podía observar una fórmula: SiO2, totalmente desconocida para ella.
Además de iniciar la clase con el pase de lista, su primera pregunta hacia el grupo fue precisamente si alguien sabía qué significaba la fórmula SiO2. Después de algunas intervenciones no exitosas de sus compañeros, pues nadie imaginaba que la fórmula estuviera relacionada con el apellido del profesor, quien terminó presentándose como el químico Arenas. Es decir, eso significaba la fórmula: dióxido de silicio.
Victoria nunca olvidó esa anécdota tan ilustrativa y desde ese instante supo que la química no sería tan complicada para ella si a todo le buscaba una explicación. A Victoria le atraía observar los cambios que sufren las sustancias, y no tendría que esforzarse mucho por aprender porque le agradaba realizar experimentos en el laboratorio.
El profesor Arenas había logrado despertar la curiosidad en sus alumnos, además de que los exhortaba a ser muy observadores, pues deseaba que fueran adentrándose poco a poco en ese entorno. Les sugería que en su hogar llevaran a cabo experimentos sencillos e inofensivos, “esto los conducirá a descubrir de qué está compuesta la materia y cuáles son las variaciones que sufre al reaccionar con otras sustancias”, les decía.
Partiendo de esa teoría, a Victoria no le quedó duda de que en su alrededor se manifestaban muchos fenómenos. Desde ese instante, prestaba atención a lo que hacía hasta en la cocina, y las dudas que tenía se las planteaba a su profesor quien le explicaba de manera sencilla qué era lo que realmente ocurría.
Victoria le cuestionó sobre qué ocasionaba que llorara cada vez que cortaba una cebolla, y cómo podría evitarlo. A lo que su profesor sonriendo le dijo: “sucede que la cebolla contiene una molécula inodora que cuando la partimos rompemos sus células y liberamos una enzima llamada alinasa, que al entrar en contacto con esa molécula produce tres compuestos volátiles, entre ellos el amoniaco cuyo olor es característico, actuando sobre el sistema nervioso a través de nuestros ojos. Los científicos explican que el lagrimeo se debe a una fuerte reacción al entrar en contacto con el agua que recubre el ojo; este efecto no se puede eliminar del todo, pero sí reducir de dos formas: por un lado, refrigerando las cebollas, ya que el frío disminuye la liberación de componentes volátiles, y por otro, lavando la cebolla a medida que la cortamos”, concluyó.
Victoria y sus compañeros empezaron a intercambiar experiencias que vivían a diario en el laboratorio o en casa, llegó el momento que cada uno exponía un caso diferente, enriqueciendo con ello su aprendizaje.
Recordaron que en su libro de Biología también les ilustraban el proceso de la digestión, una serie de reacciones químicas mediante las cuales los alimentos que no son solubles se transforman en compuestos químicos más sencillos y de esta forma son digeridos. Los compuestos asimilados, a su vez se convierten en sustancias complejas, formando las células de los tejidos y órganos.
Incluso hubo quien comparó a la naturaleza misma como un sorprendente laboratorio en el cual la materia sufre transformaciones continuas; por ejemplo en la tierra, las plantas y los animales crecen, se nutren y se descomponen cuando mueren.
El químico Arenas estaba fascinado ante la curiosidad que sus alumnos manifestaban y ante la pregunta de Victoria de que si aun así él pensaba que habría estudiantes reprobados al finalizar el curso, el profesor sonriente le contestó, "siempre y cuando estudien… cbp” aprobar. Victoria quedó completamente desconcertada, seguramente era una lección más de su catedrático, ¿qué habría querido decir? Uno de sus compañeros le preguntó, ¿si has puesto atención en la etiqueta de los medicamentos? Tienen la leyenda “excipiente cbp”, el excipiente es una solución que no tiene ninguna acción farmacológica, es el líquido en que se disuelve el medicamento (principio activo). Y se le agrega como baste para diluirlo. Así que el profesor quiso decir: como baste para aprobar.
Sin duda alguna, nunca terminaría de aprender algo nuevo.