/ lunes 14 de mayo de 2018

Cine diario/ Cine ucraniano

Filme apegado al hálito de ruptura, vanguardismo, renovación del lenguaje cinematográfico

La tribu (Plemya)/ Ucrania-Países Bajos-2015, de Miroslav Slaboshpitsky. Filme apegado al hálito de ruptura, vanguardismo, renovación del lenguaje cinematográfico.

La historia de La tribu (ya esbozada por su director en el cortometraje Sordera/ 2010) está situada en un internado para jóvenes sordomudos y se explaya bajo un esquema inquietante: no hay ningún diálogo y, al igual que Moebius/ 2013, de Kim ki-Duk, los personajes se comunicarán con señas y mímica.

La llegada del joven Serguéi/ Grygoriy Fesenko al internado para autistas irrumpirá el mundillo de tropelías y atmósfera bullying donde los códigos (a)morales permean la conducta de la mayoría de sus habitantes.

Slaboshpitsky establece puntos cardinales fílmicos donde mueve su narración: la ausencia de parlamentos mas no de ruidos o bullicio, el uso de planos medios (nunca de shots cerrados) y el empleo de la hiperviolencia, especialmente en la parte final.

Si bien Micheal Håfström ya había abordado el bullying escolar en su poderoso filme Sólo contra sí mismo (Ondskan)/ 2003 apoyado en las aristas de la disfunción familiar, Slaboshpitsky lo hace desde la discapacidad física y, por ello, parece tener licencia para la elucubración sicológica más libresca y sórdida.


Las acciones de Serguéi por pertenecer al clan interno, que lo controla todo, se desbocará en un tinglado de dádivas y sumisiones propicias dignas de una organización criminal. Por ello, la vuelta de tuerca al guion que da Slaboshpitsky cuando Serguéi se enamora de Anna/ Yana Novikova, la amante del jefecillo, es un acierto porque desata a los verdaderos “yos” de los personajes, violentando los códigos de ética de “la tribu”.

La tribu pudiera ser visto como un filme claustrofóbico donde existe otro lenguaje, otra manera de ver el mundo. Pero hay que guardar distancias: no se trata de un filme de delincuentes juveniles ni de parias segmentados de la sociedad. En el mejor de los casos es la historia de un universo –el de sordomudos en una institución– que sueltan sus demonios y que, al igual que Paraíso: Esperanza/ 2012, de Ulrich Seidl, acaso denuncia a los sistemas políticos que tutelan a dichas instituciones. Sería gratuito, facilón y petulante acomodar La tribu como alegoría de lo que sucede en la Ucrania de la post Guerra Fría.

La tribu tiene el mérito de no quedarse en su pepita de oro: la ausencia de diálogo. Explora acciones que, en ámbitos diferentes, serían meros delitos (robos, asociación delictuosa, abortos clandestinos), pero que bajo la estética del ucraniano Miroslav Slaboshpitsky se convierten en tentáculos de la sobrevivencia humana donde la mezquindad, el erotismo, la solidaridad y la maldad bailan al mismo compás…


La tribu (Plemya)/ Ucrania-Países Bajos-2015, de Miroslav Slaboshpitsky. Filme apegado al hálito de ruptura, vanguardismo, renovación del lenguaje cinematográfico.

La historia de La tribu (ya esbozada por su director en el cortometraje Sordera/ 2010) está situada en un internado para jóvenes sordomudos y se explaya bajo un esquema inquietante: no hay ningún diálogo y, al igual que Moebius/ 2013, de Kim ki-Duk, los personajes se comunicarán con señas y mímica.

La llegada del joven Serguéi/ Grygoriy Fesenko al internado para autistas irrumpirá el mundillo de tropelías y atmósfera bullying donde los códigos (a)morales permean la conducta de la mayoría de sus habitantes.

Slaboshpitsky establece puntos cardinales fílmicos donde mueve su narración: la ausencia de parlamentos mas no de ruidos o bullicio, el uso de planos medios (nunca de shots cerrados) y el empleo de la hiperviolencia, especialmente en la parte final.

Si bien Micheal Håfström ya había abordado el bullying escolar en su poderoso filme Sólo contra sí mismo (Ondskan)/ 2003 apoyado en las aristas de la disfunción familiar, Slaboshpitsky lo hace desde la discapacidad física y, por ello, parece tener licencia para la elucubración sicológica más libresca y sórdida.


Las acciones de Serguéi por pertenecer al clan interno, que lo controla todo, se desbocará en un tinglado de dádivas y sumisiones propicias dignas de una organización criminal. Por ello, la vuelta de tuerca al guion que da Slaboshpitsky cuando Serguéi se enamora de Anna/ Yana Novikova, la amante del jefecillo, es un acierto porque desata a los verdaderos “yos” de los personajes, violentando los códigos de ética de “la tribu”.

La tribu pudiera ser visto como un filme claustrofóbico donde existe otro lenguaje, otra manera de ver el mundo. Pero hay que guardar distancias: no se trata de un filme de delincuentes juveniles ni de parias segmentados de la sociedad. En el mejor de los casos es la historia de un universo –el de sordomudos en una institución– que sueltan sus demonios y que, al igual que Paraíso: Esperanza/ 2012, de Ulrich Seidl, acaso denuncia a los sistemas políticos que tutelan a dichas instituciones. Sería gratuito, facilón y petulante acomodar La tribu como alegoría de lo que sucede en la Ucrania de la post Guerra Fría.

La tribu tiene el mérito de no quedarse en su pepita de oro: la ausencia de diálogo. Explora acciones que, en ámbitos diferentes, serían meros delitos (robos, asociación delictuosa, abortos clandestinos), pero que bajo la estética del ucraniano Miroslav Slaboshpitsky se convierten en tentáculos de la sobrevivencia humana donde la mezquindad, el erotismo, la solidaridad y la maldad bailan al mismo compás…


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