Mercury habló más con el diablo que con Dios y tuvo en sus manos cenizas y orfandades con olores a noches viudas y desenfrenadas.
Queen fue su isla y él, moderno Robinson Crusoe, habitó el horizonte con sonrisas rosas y espinas en los dientes.
Ya no hay hombres como Mercury porque el mundo cambia y ésta es su misión. Ya no hay tipos como Mercury porque ahora huele tanto a fragilidad que si un hombre-vidrio como él se rompe hay muchos hipócritas que acudirían a su auxilio.
La música de Mercury-Queen es rectángulo asfixiante, liberador, espacio de vértigos y desconciertos. Su música es calendario e instante de Eros y Baco, es la constatación de Anteo: si te alzas un milímetro del suelo mueres no porque te llegue tu hora sino porque te matan los otros, los que consumen tu música y vomitan cruces.
Freddie Mercury hizo del escenario coliseo de mariposas, de éxtasis y de albedríos barrocos, bizarros donde la luz neón era el demiurgo reconciliador.
El rock es la nueva música clásica dijo José Agustín. Y la inmensa poeta tampiqueña acotó que los rockeros son poetas que en vez de tomar la pluma cogieron la guitarra. Mercury fue en tierra Farrokh Bulsara y arriba del escenario tótem.
¿Qué se necesitó para ser Freddie Mercury? Volarle los sesos a Dios con un piano, un verso y mucho dolor en el alma.
Mercury quiso ser lo que fue porque se le salía por los ojos y el canto la vida y en su pecho estallaba un ruiseñor ebrio por la incomprensión. Aunque él dijera lo contrario en la letra de Bohemian Rhapsody: “Es esto la vida real?/ ¿es sólo fantasía?/ atrapado en un corrimiento de tierras,/ sin escape de la realidad,/ abres los ojos,/ miras a los cielos y ves,/ sólo soy un pobre chico,/ no necesito compasión”.
Mercury es una presencia, una esencia del rock. No necesita títulos. Sus rolas son historias/ histerias, poemas donde un rey o una reina no viven en castillos sino en la calle, en el fondo de una botella o en la línea blanca de una angustia mortal.
Freddie Mercury es Queen. Así de simple…