Marva Garcimarrero Ochoa vivió en su natal Jalacingo rodeada de historias mágicas, por lo que desde niña escribía, textos que fue guardando, y ahora se concretan en el primer libro "La bruja del diente de león".
Publicar su libro a los 75 años de edad no le hace considerarse una escritora tardía, que son los que publican después de los 60 años, puesto que inició en este ejercicio desde niña y solo ha tenido que buscar en sus archivos para armar éste y otros más que vendrán pronto.
Para la conclusión de La bruja del diente de león Marva recurrió al consejo de su hermano Magno, quien le comenta “si en algún momento está vigente algo que se llama realismo mágico, tú ya la rompiste, estás escribiendo magia realista, porque yo que viví todo eso en el pueblo veo cómo estás volviendo magia ese realismo”.
Fue emocionante tener por primera vez en sus manos el producto de su vida, muy satisfactorio y alentador para seguir adelante escribiendo.
“Estoy muy contenta con la novela porque está basada en contrarios, vida-muerte, principalmente, y manejado desde los puntos de vista de las tres religiones en las que se inmiscuye en algún momento de su vida y las cuales ya dejó, menos la totonaca, pues el contacto con la tierra y la naturaleza es hermoso".
En Puerto Príncipe, Haití tuvo contacto con el vudú y fue impresionante y con el catolicismo en su niñez.
Entre bien y el mal, la vida y la muerte, el apego a la creencia y el librepensamiento, así como la idea de que hay alguien que decide por otros en este mundo y la idea de que como es parte de la naturaleza es ésta la que decide y uno mismo decide qué hacer con su vida, con su cuerpo.
LO QUE VIENE
Actualmente se encuentra en el proceso de armar otro libro con los cuentos que ha recopilado de su pueblo; otro que empezó a escribir hace unos 20 años es Cocina reflexionada, donde reúne recetas y recomendaciones para el buen servir una mesa elegante.
Éste tiene la característica de que las recetas están escritas con rol de género, como el chileatole de orejitas de masa con manteca que está dedicada a los hombres que no escuchan a sus parejas y cuya plática es “lo que yo hice; no oyen, no escuchan a sus parejas y por ahí van todas las recetas para ir planteando las situaciones que se plantean entre la pareja y entre la familia”.
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También trabaja en el libro Cómo se vive un cáncer, pues desde el momento en que su salud se quebrantó con un cáncer mal tratado, empezó a escribir; éste no lo puede terminar mientras no la curen o le digan que ya no hay remedio, “pero yo le voy a echar ganas para publicarlo”, afirma con la firmeza que le caracteriza.
Otro más es sobre el proyecto “Viviendo juntas”, pues luego de que la pirámide poblacional se invierte, cada vez hay menos personas jóvenes y niños y los adultos mayores tienen mayor sobrevida, por lo que para el 2050 “vamos a ser muchos adultos mayores, comparados con la población que será el sostén económico, por lo que ningún gobierno tendrá dinero para sostener casas para adultos mayores”.
APRENDER A VIVIR ENTRE ADULTOS
En ese contexto propone empezar a trabajar un cambio de mentalidad en el cual las personas mayores puedan convivir entre adultos, aunque todos tienen la experiencia de vivir en un núcleo familiar, sin embargo algunos se pueden llegar a sentir fuera de ambiente en sus propias casas, por lo que aconseja unirse varias mujeres u hombres en una sola casa, donde se ahorrarían mucho dinero, pues los gastos serían compartidos.
Además compartirían gustos, salidas, conciertos, “que nos podamos vincular en la idea de sororidad como hermanas para cuidarse y protegerse. Que seamos esas hermanas para funcionar en los últimos años de nuestras vidas”.
Lograr este punto, dice, es muy importante, pero requiere un cambio de mentalidad para conformar estas casas de adultos y adultas mayores y que se pueda manejar la convivencia entre iguales, sororalmente. Crear comunidad entre cuatro o cinco mujeres, quienes compartirían gastos de renta, despensa y servicios, pero también risas, tiempo, acompañamiento en enfermedades y en salud.
Marva Elvia Garcimarrero Ochoa estudió medicina en Xalapa, pero al afrontar una situación fuerte con la salud de su hija se encontró con una terapeuta que les dio terapia y acompañamiento durante el proceso de sanación, lo que también le permitió sanar otras heridas y se enamoró de esa profesión, que es la que ha desarrollado a lo largo de su vida.