Que te daba miedo pasar junto al viejo vagón estacionado en la vieja vía del tren. Me contaste una vez que al caminar por ahí viste que su interior se iluminaba de una luz amarillenta. No le prestaste tanta atención porque corriste asustada. Y que desde esa vez cuando pasabas por ahí preferías voltear hacia donde estaba la vieja casona, ruinas ya de lo que fue la terminal de trenes. Sólo los perros abandonados por sus dueños duermen en el largo corredor de la antigua terminal o dentro del vagón. Por la vía sigue caminando mucha gente, por las mañanas cuando salen de sus casas para encaminarse hacia sus lugares de trabajo y por las tardes, ya cansados, cuando regresan al hogar.
Es el único camino para poder salir a la parada del autobús. Ya no pasa el tren, hace algunos años que el silbato dejó de oírse. Después de la medianoche se escucha a los perros ladrar.
Piedras y conchas
En otra ocasión me contaste que te gustaba ir al puerto porque tus primas te llevaban a la orilla de la playa a recoger conchas y piedras pequeñas. Que tu mamá se enojaba cuando te veía volver y te decía: “¡Hay vienes otra vez cargada de basura!” Recuerdo también que me contaste cuando en una ocasión mientras buscaban piedras y conchas llegó una mujer. Les preguntó que qué hacían. Era delgada y en su cabeza llevaba atado un pañuelo rojo, y que fumaba un cigarro grueso, entonces creo no conocías aún los puros, porque eso llevaba en su boca. Y después de sacar el humo les contaba que vivía en una choza cerca de ahí, y que un pequeño barco se hundió y fue la única sobreviviente.
Todo eso me contabas cada vez que tu nueva carta llegaba. Me gustaba leerla una y otra vez, imaginarte en cada aventura como si vivieras en el día cada uno de tus sueños.
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