Al escarabajo de latón se le descompuso el mecanismo, que al girarlo, lo hacía caminar sin dificultad en las partes más lisas de la casa. A Esteban que tenía siete años así ya no le resultó interesante su juguete, aunque su abuela le dijo que lo sujetara a una de sus manos y lo hiciera volar para que entre las ramas buscara algunas hojas y pudiera comer. Esteban estaba desanimado. A él lo que le interesaba era que su juguete fuera el mismo que hace unos días. Así, decía el niño, había perdido su chiste.
La abuela Adriana le contó que cuando ella fue niña nunca le llegó una muñeca de trapo o un trastecillo, no tuvo juguetes. Jugaban con piedras y palos; y cuando llovía amasaban el barro para elaborar pequeñas cazuelas y platos. Pero era porque no había tiendas, abuela. Le dijo Esteban a la abuela Adriana.
La mujer se quedó pensando, sonrió y ya no habló. Deja el juguete en la mesa, que venga don Diego y le diré que le meta mano, a ver si él puede arreglarle la máquina que lo hace caminar por el suelo. Y Esteban siguió a la abuela. Salieron a un pequeño jardín y se sentaron en el viejo tronco que estaba bajo las ramas de un limonario. Ahí llegó una mariposa amarilla. Esteban y la abuela Adriana la vieron.
Hace muchos, muchos años pasó un viejo arriero que llevaba cargada a una mula. Traía las telas y los zapatos que llegaban en barco de otros países, el hombre venía desde el puerto y atravesaba los caminos de muchos potreros, salía del bosque, cruzaba praderas y entraba a la selva, no se cansaba de caminar. Y en tanto andar se encontraba con muchos animales que vivían en el campo. Una vez él nos contó, quién sabe él dónde lo escuchó, pero nos dijo que las mariposas amarillas son regalos que el sol envía a esos recovecos donde la luz no puede llegar.
Y mira esa mariposa parece que trae candela en sus alas ¡mira cómo brillan, Esteban! El niño movió de arriba hacia abajo su cabeza. Quizá sea cierto eso que te contó el señor, porque mira, el sol no ha llegado a esas ramas, le estorban las hojas.
La abuela dijo que hace muchos años, el viejo que arriaba a su mula, dejó de pasar. En el último viaje y sobre el camino real, en el espacio que había entre piedra y piedra se dieron cuenta del brillo de un objeto. Era un pequeño juguete: un escarabajo que al moverle un mecanismo caminaba sobre el plano del piso. Deja que pase don Diego, quizá él lo pueda arreglar. La abuela Adriana y el pequeño Esteban voltearon a ver a la mariposa. Ella ya no estaba ahí.
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