Su cambio de faceta de músico a novelista y sus experiencias de horror vividas durante la época de las guerrillas en Colombia, es algo que el escritor Pablo Montoya Campuzano recuerda de esa realidad que lo llevó a encontrar caminos más sensatos en el arte y la literatura.
Ahora, desde su postura como escritor e intelectual ha plasmado esa crítica, rechazo y repudio hacia la violencia de su país; es precisamente en el libro La escuela de música, donde el artista transmite algunos de esos elementos autobiográficos de su juventud.
Durante su visita a Xalapa para participar en la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) 2019, Pablo Montoya, nacido en Barrancabermeja, habló en entrevista sobre estas experiencias.
¿La escuela de música es una autobiografía?
Es una novela de formación donde hay elementos autobiográficos, pero no es una autobiografía; es un libro de ficción que cuenta la historia de unos estudiantes que se forman a través de la música y de la literatura, donde hay un contexto social, político, histórico, que tiene que ver con la violencia de la Colombia de los años ochenta.
¿Aprecia la música?
Soy músico, estudié música y en esta novela se puede ver una gran cantidad de obsesiones y de intereses musicales personales que fueron trasladados a la escritura, pero es el campo de la música clásica, de la formación en los conservatorios, de los estudios de armonía, contrapunto, solfeo, de su historia.
En torno a las relaciones que se dan entre los mismos estudiantes de música, se va revelando una crisis social que es la colombiana de los años ochenta, del siglo pasado.
Toqué flauta transversa hace mucho tiempo, pero ahora soy un escritor, dejé la música al nivel de la interpretación pero la sigo leyendo, escuchando y estudiando.
En la época de las guerrillas usted se estaba formando dentro de la música, ¿cómo fue esta experiencia?
En esa época mi generación y yo guardamos una especie de simpatía por esos grupos de guerrilla que en algún momento nos pareció que representaban unas reclamaciones que nos parecían justas.
En realidad lo que yo hacía era estudiar y formarme como artista, pero recuerdo y reconozco que el asunto de las guerrillas y de la izquierda en Colombia en esos años se respiraba en el ambiente universitario, como siempre sucedía en las universidades públicas latinoamericanas.
Entonces, la novela cuenta un poco esa relación, ese enfrentamiento que se produce entre el artista –en este caso el músico o el escritor– con estas militancias político-revolucionarias que en Colombia habrían de generar un vínculo con el narcotráfico, con una serie de acciones completamente reprochables como el secuestro y algunos atentados contra la naturaleza, los múltiples asesinatos que también cometió la guerrilla.
Todo eso convirtió a la guerrilla en un grupo para el cual no tengo ninguna opinión, pero repito, en la década de los ochenta esos grupos guerrilleros no nos habían degradado como lo habrían hecho después en la década de los noventa y buena parte del siglo XXI.
¿Cómo vivió esa etapa como músico en formación?
Fue la experiencia del horror, del rechazo rotundo a esa violencia colombiana, pero al mismo tiempo viviendo esa realidad y tratando de encontrar caminos más sensatos desde el arte y la literatura.
Se trató de una vivencia muy crítica, de tal manera que decidí irme del país. En 1993 me fui a Francia y saqué a mi familia de Colombia, cuando mi hija era una niña de siete años; había un rechazo profundo de mi parte a ese país terrible y cruel en el que me tocó pasar mi juventud.
En mis obras literarias se siente esa crítica y repudio a esa violencia colombiana producida por múltiples factores, por la gran desigualdad social, por la forma en que la clase dirigente política ha manejado y gobernado, por la gran represión que se ha manifestado contra las luchas populares, por la presencia del narcotráfico, de las guerrillas y los grupos paramilitares.
Es un país al que se lo han devorado completamente los grupos armados. Como escritor e intelectual siempre he mantenido una posición de crítica y de rechazo a esas acciones militares.
¿Fue difícil desprenderse de la música?
No, me retiré de la música porque sentía que en ella no podía expresar mi labor creativa como compositor, no tenía el talento para ser un compositor y era lo que quería hacer; después me dediqué a ser intérprete, pero siempre sentí el vacío de la creatividad que por fortuna pude encontrar en la escritura literaria.
Ese tránsito de la música a la literatura no me causó traumas ni nostalgia, simplemente encontré en la literatura el camino de la expresión, de la creatividad artística.
En realidad, desde pequeño era un lector y en la adolescencia escribía cuentos y novelas, pero nunca asumí el oficio de la escritura literaria cabalmente, sino hasta que llegué a París, a los 30 años de edad, decidí dedicarme a la literatura.
Ya había escrito unos libros de cuentos que publiqué tanto allí como en Colombia.
De esta manera, decidí asumir la literatura y dedicarme a su estudio a través de una maestría y un doctorado que cursé en París.
Ahora soy profesor de la Universidad de Antioquía, en Medellín, pues a partir de esos diplomas pude obtener trabajo como maestro y lograr una cierta tranquilidad y espacio para dedicarme a la escritura.