El humano por naturaleza es observador, intrépido, pero sobre todo curioso. Estas cualidades nos han llevado a descubrir y comprender un universo de cosas, desde las más pequeñas hasta las más grandes, a esto le hemos llamado conocimiento. Durante siglos, hombres y mujeres han generado un océano de información y conocimiento acerca de todo aquello que nos rodea, como por ejemplo: Hipatia de Alejandría (matemática), Galileo Galilei (astrónomo), Jane Goodall (primatóloga), Stephen Hawking (físico), sólo por mencionar algunos.
El conocimiento es algo universal y todos deberíamos tener acceso a él, sin embargo, no es así, algunos tienen un mayor acercamiento a la información y al conocimiento que se genera día a día. ¿Sabías que todos tenemos derecho al acceso libre del conocimiento?, pocos lo saben pero este es un derecho de la humanidad. El derecho a la ciencia está explícito en el artículo 27 de la declaración universal de los derechos humanos:
“Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten”
Al ser un derecho de la humanidad también implica que hay deberes, y aunque no existe un código para la comunidad académica, es nuestro deber como investigadores dar a conocer nuestros descubrimientos, avances y resultados de los proyectos que desarrollamos. Si solo compartimos nuestras investigaciones con nuestros pares académicos, limitamos el público al que la información es accesible, ya que la comunidad académica es sólo un pequeño porcentaje de la humanidad.
Los expertos en ciencia se han centrado en publicar artículos en revistas especializadas en su campo de estudio, permitiendo que éstos puedan ser leídos por un mínimo grupo de lectores especializados en el mismo campo de estudio y unos cuantos de otras áreas de conocimiento, pero no por el denominado público lego “gente sin especialidad”.
Es por eso que en general, las personas con mínimo conocimiento científico ven a la ciencia como algo intimidante.
Muchas veces los expertos se encasillan en largas horas de laboratorio analizando datos y demás actividades demandantes, pero al escribir ciencia lo hacen con terminología científica, lo que es bueno si su meta es llegar a un público especializado porque eliminan ambigüedades y describen el trabajo con mayor precisión, pero al tratar de difundir el conocimiento a más personas fuera de su ámbito profesional, les resulta difícil mostrarlo entendible; inclusive, llegan a publicar en revistas abiertas al público aún con terminología científica por el miedo que les da pensar que otros colegas no los tomarán en serio o que por éstos o ellos mismos crean que es una pérdida de tiempo publicar en ese tipo de revistas.
Es por ello que lo publicado sólo funciona para una minoría de personas, por lo tanto existe –y cada vez se encuentra más difundido– el término “divulgación científica”, la cual se ha definido de muchas maneras pero que a grandes rasgos pretende transmitir la información asumiendo que “la ciencia es fácil”, y para que la divulgación sea correcta se deben concretar las tres metas principales: apreciación para que la gente se interese en lo que lee, así como comprensión y responsabilidad para que la información brindada sea verídica y confiable.
Así que no lo olvidemos, por muchos grados académicos o puestos directivos que ostenten los personajes dedicados a la investigación científica, siempre se debe tener en claro que la ciencia y sus productos serán útiles cuando se reflejen en la sociedad que amerita la presencia de esta comunidad en favor de la generación del conocimiento. Hagámoslo siempre así.